La incesante batalla contra la devastadora pandemia del coronavirus es subrayada por varias alertas que repiten por todo el mundo los especialistas y autoridades de salud: “Quédate en casa”, “lávate las manos” o “mantén la distancia”.
Cuando Shiba Kurian salió de la estación de tren de la ciudad india de Chennai, el lugar estaba hacinado de gente. Pero cuando el taxi que pidió para irse demoró una hora y tuvo que soportar las risas y los comentarios socarrones de un grupo de hombres, decidió tomar medidas.
Los servicios públicos “parecen tomar turno para fallar y reaparecer en todos nuestros barrios y nunca son suficientes”, expresa Cristina Sánchez, una oficinista ya retirada que habita en el sector Mesuca de Petare, que se considera la más populosa barriada de Venezuela y quizá de América Latina.
“Los alcaldes tenemos que gestionar las ciudades intermedias como si fueran ciudades capitales”, plantea Héctor Mantilla, edil de Floridablanca, la tercera ciudad más importante del departamento de Santander, en el norte de Colombia.
La cumbre mundial sobre vivienda sostenible y los foros alternativos realizados por las organizaciones sociales cerraron sus sesiones en la capital de Ecuador con visiones contrapuestas sobre el devenir de las urbes y el cumplimiento de derechos en esos espacios.
Cuando la Organización de las Naciones Unidas ONU) redactó su último informe sobre lo que llama "el dramático cambio hacia la vida urbana”, pretendió trazar un retrato equilibrado de las oportunidades y los retos que genera el hecho de que 50 por ciento de la población del planeta viva en zonas urbanas.
En los últimos años, el concepto de ciudades inteligentes ha adquirido preponderancia respecto al diseño y funcionamiento de las urbes, pero al mismo tiempo alimenta la inquietud si ese esquema contribuirá al acceso a diferentes derechos para sus habitantes.
Los habitantes de barrios a los que llega la expansión de la construcción urbana, sufren “un doble desplazamiento” porque se les trastoca su hábitat y se encarece la zona, en un proceso “en que no se nos toma en cuenta”, cuestionó Natalia Lara, integrante de una asamblea vecinal del sur de Ciudad de México.
La declaración de la Tercera Conferencia de Naciones Unidas sobre vivienda y desarrollo urbano sostenible (Hábitat III), que debe aprobarse en octubre en Quito, ha hecho colisionar, otra vez, las posiciones del Norte industrial y del Sur en desarrollo.
Para los habitantes de Bajo Autopista, un barrio precario construido debajo de una vía rápida de la capital de Argentina, “los de afuera” son los que viven donde hay lo que a los de “adentro” les niegan. Una definición geográfica de la exclusión social, pero también una metáfora sobre la desigualdad urbana.
La agricultura permite alimentar a más de 1.100 millones de africanos, pero los productores ya no son jóvenes ni tienen los recursos necesarios ni están familiarizados con la tecnología, lo que hace temer por la capacidad de los agricultores familiares de poder seguir poniendo comida en la mesa.
Mejorar el acceso y la seguridad de las mujeres y las niñas en los espacios públicos aumenta la equidad, combate la discriminación y promueve la inclusión, declaró el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon.
La sudafricana Nompumelelo Tshabalala, de 41 años, sale de su choza diminuta hecha con láminas de metal oxidado y casi se lleva por delante al corresponsal de IPS al inclinarse para evitar golpearse la cabeza contra la parte superior de su puerta improvisada.
Pocos lo niegan. La expansión suburbana es fea, con sus centros comerciales y tiendas con formas de caja. Tampoco es muy conveniente, dadas las horas al volante necesarias para llegar al trabajo. Y causa estragos a la naturaleza, con las tierras de cultivo perdidas y las cuencas de agua comprometidas.
Mimose Gérard se sienta en su tienda del campamento Gaston Margron, cerca de la capital de Haití, rodeada por grandes sacos llenos de botellas de plástico. Gana apenas unos peniques por cada una, pero eso es mejor que nada.