El río no murió, pero está enfermo. Sus peces flacos ya no alimentan a los indígenas como antes ni les rinden los ingresos que aseguraban sus compras en la ciudad. Además se hizo inseguro para navegar.
Un vuelco de la pesca a la agricultura se le ha impuso a los indígenas que viven en la Volta Grande del río Xingu, como efecto del represamiento de las aguas para servir a la central hidroeléctrica de Belo Monte, la segunda mayor de Brasil y tercera en el mundo.
La aldea de Miratu, del pueblo indígena juruna, lloró dos veces la muerte de Jarliel: el 26 de octubre, cuando falleció en las aguas del Xingu y ahora por la inundación de su túmulo sagrado por una inesperada crecida del río de la Amazonia brasileña.
El etnocidio, la nueva acusación contra la central hidroeléctrica Belo Monte, realza dimensiones más profundas de los conflictos y polémicas desatadas por los megaproyectos en construcción o planificados para la Amazonia brasileña.
“Ahora nos damos cuenta del paraíso en que vivimos”, reconoce Darcirio Wronski, el líder de los productores de cacao orgánico en la región donde la carretera Transamazónica cruza la cuenca del río Xingú, en el norte de Brasil.
La impaciencia con que Brasil se puso a construir centrales hidroeléctricas, refinerías, ferrocarriles, puertos y otros megaproyectos desde la década pasada, incluso en el exterior, tuvo como su gran combustible el ingente financiamiento de su banco de fomento.
El Ferrocarril Carajás, considerado el más eficiente de Brasil, mantiene un servicio de pasajeros que da pérdidas, para beneficiar a la población. Pero eso poco alivia su pecado original: nació para exportar minerales, cruzando una zona de pobreza crónica.
Empresas privadas de Brasil, de sectores estratégicos como la minería o la infraestructura, espían e infiltran a los movimientos sociales y sus actividades, determinó una misión de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), que concluyó este viernes 14.
En la primera mitad de 2014, Brasil podrá contar con dos nuevas unidades de conservación en la Amazonia para proteger el Tabuleiro do Embaubal, el mayor sitio de desove de tortugas de América del Sur.
Indígenas del pueblo amazónico mundurukú hicieron oír en la capital de Brasil su reclamo de demarcación de tierras y derecho a consulta previa para frenar el complejo hidroeléctrico del Tapajós, que podría inundar varias de sus aldeas.
Miles de familias campesinas de Pará, en el noreste de la Amazonia brasileña, apuestan por la palma africana y se asocian con empresas del sector de los biocombustibles. “Un bicho raro”, con desafíos culturales y económicos.
Los caminos casi no tienen horizontes. El verde de las plantaciones de palma africana se sucede monocorde sobre kilómetros y kilómetros de tierras rojas, devastadas en el pasado por madereros y ganaderos.
Está a punto de estallar un nuevo episodio violento entre propietarios de grandes haciendas y campesinos sin tierra en el amazónico estado de Pará, en el norte de Brasil.