El reemplazo de la
pesca tradicional por la piscicultura y la cría de pollos está generando un menor acceso a nutrientes esenciales a las poblaciones de la Amazonia peruana, con especial perjuicio para niñas y niños, concluyó un estudio.
La pesca y la acuicultura mundiales se han visto gravemente afectadas por la covid-19 y pueden afrontar nuevas perturbaciones en 2021, pues los confinamientos incidirán en la oferta y la demanda de todo el sector, según el más reciente informe divulgado por la FAO en esta capital.
Todas las pesadillas de “el Erizo” son iguales. Desde que volvió del mar, casi irreconocible, todos sus malos sueños son iguales: una ola voltea su frágil lancha y lo avienta hasta mar adentro, donde todo está tan oscuro que ni siquiera puede ver sus manos.
El Primer Ministro
Boris Johnson advirtió en días pasados a los ciudadanos británicos que deben estar preparados para
una salida del Mercado Común Europeo sin haber llegado antes a un acuerdo comercial con Europa.
La pesca costera en las islas del Pacífico se ha convertido en la fuente de alimentación y sustento para muchas personas que han perdido sus empleos, especialmente en las urbes y el sector del turismo, por el eco de los cierres fronterizos y otras restricciones establecidas en el mundo para contener la pandemia de covid-19.
La presencia de
una enorme flota china frente a los límites del mar territorial insular de Galápagos ha provocado indignación entre ecuatorianos, científicos y conservacionistas del mundo. Allí, unas 260 embarcaciones se encuentran pescando principalmente pota o calamar gigante (
Dosidicus gigas).
La morosidad en el cumplimiento del mandato de jefes de Estado y de gobierno en eliminar las subvenciones a la pesca perjudiciales al ambiente sume en la incertidumbre a la Organización Mundial del Comercio (OMC), paralizada también por el impacto de la pandemia de covid-19.
“Nunca he visto, ni oído a mi padre o abuelo hablar de un desastre tan grande, cuyo impacto durará décadas y en que los pescadores seremos los más afectados”, lamentó Lailson Evangelista de Souza, de 55 años y “pescador desde los 11”.
Las advertencias de vientos fuertes, olas muy elevadas y visibilidad reducida a lo largo de la costa de África oriental son cada vez más comunes.
Frente al agotamiento de las poblaciones marinas y delitos como la pesca ilegal, más países de América Latina y el Caribe fortalecen acuerdos regionales y actualizan sus leyes nacionales sobre un sector que aporta siete por ciento de la producción mundial.
Aguas turbias por la mezcla del mar y las desembocaduras de dos ríos que conforman la bahía de Gibara, un municipio costero del este de Cuba, donde atracan 53 embarcaciones de mediano y pequeño cabotaje de la Base de Pesca Deportiva Pepín Infante.
De pescador durante la adolescencia cerca de Río de Janeiro a doctor en Ecología Acuática y Pesca por la Universidad Federal de Pará, en el norte de Brasil, Oswaldo Gomes de Souza Junior personifica la etnobiología surgida por los traumas ambientales en la Amazonia.
Cuba se apresta a reordenar el sector de la pesca, tras más de 20 años de contracción, mediante una nueva política nacional, cuyos alcances aún no son públicos, un proyecto de ley que se espera que se apruebe en diciembre y la implementación de las normas de un acuerdo internacional.
En la caleta de Punta de Choros, en la costa del océano Pacifico de Chile, unos 900 pescadores no se atreven a celebrar plenamente aún el rechazo de las autoridades regionales al proyecto minero portuario Dominga por insuficiencias ambientales.
Luego de una extenuante jornada recolectando moluscos en el fango del manglar, la salvadoreña Rosa Herrera, el rostro tostado por el sol, llega a la orilla de la playa a bordo de la lancha Topacio, cargando en sus hombros el fruto de la faena.
La vida en este pequeño poblado de 500 habitantes en el noroeste de México gira alrededor del surf y la pesca. Aquí el océano Pacífico es potente y dadivoso. Las playas son visitadas en el verano por surfistas que practican en la bahía Escorpión, famosa por tener la segunda ola más larga del mundo.
“Antes yo pescaba 200 kilogramos por semana, ahora logro 40 cuando tengo suerte”, se quejó Raimundo Neves, culpando a las dos centrales hidroeléctricas construidas en el río Madeira, una arriba y otra abajo de Jaci Paraná, el pueblo donde vive en el noroeste de Brasil.