Brasil, que se vanagloria de tener una matriz energética de las más limpias del mundo, tuvo sus grandes apuestas en esa área, ahora castigadas por corrupción, mercado adverso y decisiones desastradas, una maldición casi fatal.
La economía en Brasil atraviesa una recesión encarada como un ciclo que, aunque más prolongado que otros, se superará en uno o dos años más. Su industria, sin embargo, parece vivir una crisis que pone en duda su destino.
A medida que 2015 se acerca a su fin, el pueblo brasileño vive un período de extraordinaria incertidumbre. La recesión parece empeorar día a día. La inflación es alta y exhibe una resistencia inesperada a las políticas monetarias restrictivas que aplica el Banco Central.
“La economía de Brasil es hoy rehén de la crisis política”, impidiendo cualquier expectativa de mejora por lo menos en los dos próximos trimestres, evaluó Luis Eduardo de Assis, exdirector del Banco Central del país.
El proceso de inhabilitación de la presidenta Dilma Rousseff dejó finalmente de ser una amenaza que venía envenenando la política en Brasil. Ahora podrá ser una batalla traumática, pero a la luz del día.
Itaboraí aún recuerda sus orígenes de un municipio que se formó a lo largo de una carretera, alargándose a ambos lados de su ancha avenida central. Pero hace algunos años esta urbe del sudeste de Brasil se llenó de grandes y modernos edificios, ahora todos vacíos o casi.
Brasil sufre sobresaltos casi diarios, hace varios meses, que mantienen al país en tensión permanente, impotente ante el agravamiento de la crisis económica y los descaminos de la política nacional.
La crisis económica agravó la fragmentación política, que a su vez tiene efectos desastrosos en la economía, en un remolino vicioso que amenaza ahogar a Brasil.
Además de desequilibrios macroeconómicos, como la caída del producto interno y las altas tasas de inflación y déficit público, Brasil soporta pesadas pérdidas por la paralización de muchos proyectos petroleros y logísticos.
Entre errores del gobierno, un sistema financiero vampírico, una Constitución populista o el estancamiento mundial está la raíz de la actual crisis económica en Brasil, según difieren los economistas. Hay culpables para todas las ideologías.
La crisis que atormenta a los brasileños es básicamente política y no permite vislumbrar una salida. Es el fin de un ciclo, según variados análisis, pero no hay indicios de que se esté gestando algo nuevo.
Sumaron 35 los acuerdos y contratos suscritos durante la visita del primer ministro de China, Li Keqiang, a Brasil, pero es solo un proyecto el que concentra la atención del amplio acercamiento entre los dos países.
Los megaproyectos son apuestas de alto riesgo. Pueden consagrar el gobernante que los impulsó, pero también echar a perder su imagen y hasta su poder, y en el caso de Brasil la balanza se inclina peligrosamente hacia lo negativo.
Los angoleños en general agradecen la participación de China en la reconstrucción del país africano, pese a la mala calidad de algunas carreteras y edificios construidos por empresas chinas, sin emplear, además, mano de obra local.
En enero, cuando la presidenta Dilma Rousseff inició su segundo mandato, los analistas tenían claro que la economía de Brasil estaba en malas condiciones.
Brasil incorporó las manifestaciones callejeras como un dato nuevo en sus variadas crisis, cuya sinergia dificulta una respuesta del gobierno maniatado por la necesidad de un ajuste fiscal, que a su vez avivaría las protestas.
Las barcas de pescadores han sido reemplazadas en la bahía de Guanabara, por un intenso transitar de buques petroleros de todo tipo, alterando para siempre la vida de la zona de esta área de Río de Janeiro, en Brasil.