A medida que el coronavirus esparce su infección por todos los continentes, países y comunidades, con mayor o menor virulencia y letalidad, expertos y activistas hacen sonar las alarmas sobre las consecuencias de la enfermedad cuando golpea el sur de Asia, que alberga a casi 2000 millones de la población mundial.
“Acá estamos los excluidos del sistema”, dice Rafael Rivero, sentado en el comedor de su departamento, en un nuevo complejo de viviendas sociales, al lado de uno de los asentamientos precarios más grandes de Buenos Aires. El contraste resume la complejidad de la realidad social en la capital argentina.
Cuando la edición anual del Foro Económico Mundial concluyó la semana pasada en Davos, Suiza, su resultado lleno de lugares comunes no sorprendió a nadie. Sin embargo, hubo menos retórica populista y proteccionista de parte de Estados Unidos.
Para los habitantes de Bajo Autopista, un barrio precario construido debajo de una vía rápida de la capital de Argentina, “los de afuera” son los que viven donde hay lo que a los de “adentro” les niegan. Una definición geográfica de la exclusión social, pero también una metáfora sobre la desigualdad urbana.
África vive una acelerada urbanización acompañada de la proliferación de asentamientos precarios que son una maldición que trae aparejado un beneficio: empujar al continente a mejorar los espacios para vivir y las ofertas de trabajo para el creciente número de personas que buscan hacer su vida en las ciudades.
La sudafricana Nompumelelo Tshabalala, de 41 años, sale de su choza diminuta hecha con láminas de metal oxidado y casi se lleva por delante al corresponsal de IPS al inclinarse para evitar golpearse la cabeza contra la parte superior de su puerta improvisada.
La gente que vive en las ciudades supera en número a la población del medio rural, y la tendencia no parece estar retrocediendo, según ONU-Habitat.