¿Existe una arquitectura feminista? ¿Hay ciudades pensadas para las mujeres? ¿Otras para los hombres? ¿En qué se diferencian?
La pandemia generada por el coronavirus puede y debe impulsar cambios positivos para las ciudades y, con ese fin, brindar a sus líderes la oportunidad de realizar modificaciones transformadoras a largo plazo, exhortó el arquitecto británico Norman Foster durante el primer Foro de Alcaldes 2020.
A unos 40 kilómetros de la capital de Uganda, en el área de Mpigi, se puede encontrar una colina entera con casas que tienen paredes de botellas de plástico y techos de neumáticos de vehículos.
Más de 600 madres cubanas cumplieron su sueño de tener casa propia ya sea recién construida o remodelada, como parte de un plan gubernamental que busca estimular la procreación en este país de muy baja tasa de natalidad y acelerado envejecimiento de su población.
Las agencias de ayuda humanitaria de las Naciones Unidas lanzaron programas de auxilio a la población de Beirut, la capital libanesa golpeada por una explosión el 4 de agosto que causó al menos 200 muertos, 6000 heridos y daños a 170 000 viviendas, al puerto, y a empresas e instalaciones de servicios.
Con casi 5,5 millones de personas damnificadas por las peores inundaciones en dos décadas, los expertos humanitarios de Bangladesh están altamente preocupados de que millones de personas, ya muy afectadas por la covid-19, sean empujadas a la pobreza.
Lo primero es salvar vidas, exigió la pandemia covid-19, en un esfuerzo con que se evitó, además, que las pérdidas económicas fuesen aún más demoledoras si no se hubieran impuesto duros aislamientos. Pero esa prioridad puede invertirse tras la crisis y desecharse lecciones que abrirían caminos para modelar mejores ciudades.
La vieja y todavía irresuelta crisis habitacional de Cuba, que obliga a la convivencia de numerosas personas en pequeñas viviendas y locales, en muchos casos en situación de deterioro, es uno de los problemas sociales más sensibles en el país.
Los paneles solares brillan sobre las terrazas de 10 edificios de líneas perfectamente rectas y altura uniforme. Es una imagen de modernidad que contrasta con otra a pocos metros: viviendas con distintos ambientes agregados desordenadamente, sin revestimiento exterior y con una multitud de cables eléctricos a la vista.
El desastre causado por un poderoso tornado que azotó cinco municipios densamente poblados de La Habana agrava las penurias económicas de Cuba, al mismo tiempo que desató un movimiento ciudadano de solidaridad que no esperó la convocatoria oficial para manifestarse.
“La energía solar completa mi felicidad”, celebró Divina Cardoso dos Santos, dueña de una de las 740 casas con paneles fotovoltaicos en el techo en un asentamiento residencial en las afueras de esta ciudad del centro de Brasil.
Treinta familias de una comunidad rural a más de 4.300 metros de altura contarán con casas abrigadoras que las protegerán de las heladas que cada año causan muerte y enfermedades entre la población infantil y adulta mayor en esta región del sureste de los Andes peruanos.
“Acá estamos los excluidos del sistema”, dice Rafael Rivero, sentado en el comedor de su departamento, en un nuevo complejo de viviendas sociales, al lado de uno de los asentamientos precarios más grandes de Buenos Aires. El contraste resume la complejidad de la realidad social en la capital argentina.
“Pagar el alquiler o comer”, es la disyuntiva que empuja miles de personas pobres de las metrópolis a ocupar viejos inmuebles vacíos, una forma de lucha por vivienda que se ha intensificado en Brasil y que abre caminos hacia ciudades menos injustas.
La vivienda es el sector con mayor número de medidas legales en Cuba en las últimas décadas, pero también encabeza la lista de insatisfacciones entre la población, con un déficit oficial de 883.050 unidades, que podría subir a 900.000 al concluir el año, por las secuelas del huracán Irma.
El agravamiento de la crisis de vivienda en Brasil se manifiesta más crudamente después de tres años de crisis económica, que elevó a 13 millones las personas desempleadas, según las estadísticas oficiales.
En América Latina, catalogada como la región más desigual del planeta y donde en torno a 80 por ciento de su población vive en ciudades, los gobiernos locales buscan romper los muros de desigualdad en los que quedaron aislados sus asentamientos precarios con políticas de inclusión.