DELITO DE SILENCIO

Ha llegado el momento de plantarse, de decir con serenidad y firmeza que la humanidad no puede seguir padeciendo los inacabables estertores de un sistema que ha desembocado en la gravísima y múltiple crisis actual (social, financiera, alimentaria, medioambiental, política, democrática, ética…).

La moderna tecnología de la información permite hoy la participación no presencial. Y, por tanto, facilita la transición de una economía de especulación y guerra a una economía de desarrollo global sostenible.

El tiempo del silencio ha concluido. De ahora en adelante, delito de silencio.

Los poderosos, que han ahuyentado desde siempre a los ciudadanos que, con mayor atrevimiento, ocupaban el estrado, no contaban con la «revolución virtual». La capacidad de participación no presencial (por telefonía móvil. SMS, Internet…) modificará los actuales procedimientos de consulta y elecciones. En síntesis, la democracia.

Ha llegado el momento de la movilización ciudadana frente al «gran dominio» (económico, energético, militar, mediático), de tal modo que se inicie sin demora la gran transición desde una economía de especulación y guerra (4.000 millones de dólares al día en armas y gastos militares al tiempo ­no me cansaré en insistir en ello- que mueren de hambre más de 70.000 personas) a una economía de desarrollo global sostenible, que reduzca rápidamente los enormes desgarros y asimetrías sociales y el deterioro progresivo (que puede alcanzar límites irreversibles) del entorno ecológico.

Ha llegado el momento de impedir y sancionar el acoso que el «mercado», a través de conspicuas agencias de «calificación», ejerce sobre los políticos, «rescatadores» empobrecidos que deben aplicarse, a riesgo de hundimiento financiero, a recortar sus presupuestos. Los que preconizaban «menos Estado y más mercado», asegurando que se autorregularía y que se eliminarían los paraísos fiscales, deben rectificar públicamente y corregir los graves desperfectos ocasionados.

Ha llegado el momento de sustituir los grupos «plutocráticos» que iniciaron el Presidente Reagan y la Primer Ministro Thatcher, que han demostrado su total inoperancia, por unas Naciones Unidas fuertes dotadas de los recursos personales, técnicos y financieros que le permitan cumplir su alta misión (de seguridad internacional; de garante de los principios democráticos; de la libertad de expresión y de acceso a una información veraz; de acción coordinada para reducir el impacto de catástrofes naturales o provocadas; de atención medioambiental; de pautas de desarrollo social y económico oportunamente aplicadas)…

Todos deberíamos leer y releer la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para sentirnos confortados, para llenar nuestro amanecer con el convencimiento de que vale la pena seguir luchando en favor de los grandes valores éticos que deben inspirar nuestro comportamiento cotidiano. Para que nos apercibamos de que “estamos dotados de razón” para remediar la tentación de la fuerza.”.

Es apremiante esta “lectura activa” porque no se están rectificando los rumbos. No se está yendo decididamente de la plutocracia al multilateralismo. No se está acabando de una vez con los paraísos fiscales, que hacen posibles los tráficos de toda índole (drogas, armas, personas!…). No se está regulando la especulación ni la economía irresponsable. No se está contrarrestando la excesiva concentración del poder mediático. No se están iniciando los pasos conducentes a un nuevo modelo productivo de desarrollo global sostenible. Como antes de la crisis, lo único importante es negociar, vender… producir lo más barato posible, mediante una deslocalización hacia el Este que no tiene en cuenta cómo viven los “productores” de estos países ni si se observan sus derechos humanos… Más de lo mismo… y la sociedad todavía callada, silenciosa, mirando hacia otro lado.

Las instituciones “públicas” como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, así como instituciones privadas de dudosa imparcialidad están ­cuando no supieron prever ni prevenir la crisis- actuando de forma interesada en favor de los mismos que originaron la grave situación presente.

¿Y qué hacen las comunidades científica, académica, artística…? Siguen observando. En general, son espectadores distraídos, que no reflexionan suficientemente sobre los grandes problemas ni actúan en consecuencia. No se aperciben todavía del enorme poder ciudadano.

Hasta que un día, después de años y años de democracias frágiles y maniobreras, llega, con la moderna tecnología de la comunicación, la posibilidad de construir en el ciberespacio lo que hasta ahora se ha podido evitar en la “vida real”. Hoy es ya posible modificar con la telefonía móvil, Internet, etc. la realidad tercamente acuñada, siempre imperturbable; movilizar a los millones de seres humanos que pueden, por fin, unir sus voces y anhelos; y llevar a cabo la revuelta, pacífica pero firme, que los guardianes de la inercia y de los privilegios, de las alacenas del pasado, no nos dejaban ni siquiera esbozar.

El porvenir está por hacer. El futuro debe inventarse venciendo la inercia de quienes se obstinan en querer resolver los problemas del mañana con las recetas de ayer. Muchas cosas deben conservarse. Pero otras deben cambiarse. Y hay que atreverse.

¡Ahora es el momento de la sociedad civil! De la fuerza a la palabra, al encuentro, a la conciliación. De súbditos a ciudadanos, la gran transición. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Federico Mayor Zaragoza, ex Director General de la UNESCO, Presidente de la Fundación Cultura de Paz y Presidente de la agencia IPS. Esta columna es parte textual de su último ensayo Delito de Silencio (Editorial Comanegra).

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