Chinos y brasileños se unen en la construcción de Luanda

«En Luanda no hay fósforos», destacó Gabriel García Márquez en la primera línea de un reporte desde la capital de Angola en 1977. También faltan jabón, leche, sal y aspirinas en una ciudad que «sorprende» por su «belleza moderna y radiante», pero que en realidad es «un deslumbrante cascarón vacío», añadió.

El énfasis puesto por García Márquez en la escasez que sufría este país hirió el orgullo de los pocos angoleños que lo pudieron leer, aunque efectivamente explicase el caos heredado del colonialismo y de la guerra de liberación. La independencia se había conquistado un año y medio antes.

Hoy, 35 años después, Luanda impresiona por sus excesos. Un tránsito abigarrado por automóviles modernos, entre miles de grandes edificios aún vacíos o en construcción y flamantes avenidas y carreteras, contrasta con enormes barrios pobres hacinados.

Los muros con identificaciones o carteles en mandarín, omitiendo el portugués local, en numerosas obras, dan la medida de la fuerte participación china en la construcción de esta nueva Angola.

La obra máxima a cargo de compañías del gigante asiático es la Ciudad del Kilamba, un complejo habitacional previsto para acoger a medio millón de personas, ubicado 20 kilómetros al sur del centro de Luanda.
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Este nuevo barrio contará con más de 80.000 apartamentos para familias numerosas, como son las angoleñas, en edificios de cinco a 13 pisos, a los que se le agregarán todos los servicios, como decenas de escuelas, guarderías, centros de salud y comercio.

Ya están construidos casi un cuarto de los edificios, pero prácticamente todos siguen sin ocupantes, aunque la primera fase del proyecto se inauguró en julio de 2011, cuando ya estaban disponibles 3.180 apartamentos.

En las obras que estructuran la nueva metrópoli, se destacan también empresas brasileñas, sobre todo Odebrecht, encargada de proyectos claves destinados a proveer electricidad, agua, carreteras y avenida.

Esa presencia extranjera en las grandes obras «no es de admirar, ya que no había ninguna nacional con capacidad para hacerlas», reconoció el escritor Pepetela, como es conocido Artur Pestana, también profesor de sociología.

«Los chinos son más rápidos para construir, trabajan por turnos sin parar» y ofrecen financiación «casi sin intereses» a plazos larguísimos, pero emplean pocos trabajadores angoleños y «hay muchas quejas sobre la calidad de sus obras», comentó.

Mientras, las empresas brasileñas «al parecer aprendieron la lección de algunos fiascos iniciales que quedaron en los chistes nacionales y ahora priman por la calidad», que les permite competir con los chinos, evaluó el autor de novelas históricas y de crítica política.

Odebrecht, un consorcio brasileño con actuación en 35 países, conquistó su posición de predominio en las obras infraestructurales a partir de 1984, cuando firmó el contrato para construir la central hidroeléctrica de Capanda, en el río Kwanza, para abastecer Luanda a 360 kilómetros de Luanda.

La guerra civil, que azotó Angola desde su independencia, obligó a largas interrupciones en la obra, que solo empezó a generar electricidad en 2004.

El fin del conflicto armado interno en 2002 desató una intensa ola de inversiones de reconstrucción y modernización de Angola, contando con el impulso inicial de los créditos chinos y los ingresos petroleros.

Además de obras de otras grandes hidroeléctricas, Odebrecht impulsa la producción de azúcar, etanol y electricidad a partir de la caña, ejecuta el proyecto de expansión del suministro de agua potable a Luanda y la construcción de condominios, carreteras, avenidas y obras de saneamiento. También se dedica a la minería de diamantes y controla la red de 29 supermercados Nosso Super.

Fue la primera empresa brasileña no petrolera a instalarse en Angola con «visión de largo plazo», con el efecto «positivo» de atraer otras firmas con ese horizonte, superando la búsqueda de oportunidades puntuales, reconoció Victor Fontes, director general de la angoleña Elektra, especializada en electricidad y agua.

Al respecto, el director de Relaciones Institucionales de Odebrecht Angola, Alexandre Assaf, explicó a IPS que el compromiso del consorcio en este país es con «la continuidad», por encima de guerras o efectos de la crisis internacional.

Hace cinco años, solo nueve por ciento de los «cargos estratégicos» de la empresa eran ocupados por angoleños, pero ahora ya alcanzan 41 por ciento, mencionó como ejemplo del compromiso con el desarrollo local.

Además de directores y gerentes, Assaf incluye en esa élite a los «jóvenes parceiros», nuevos trabajadores reclutados en las universidades de Angola, con la perspectiva de formarse en la empresa como futuros líderes.

Sin embargo, Fontes cuestionó que la posición de «casi monopolio» en algunos sectores de Odebrecht «traba la iniciativa local», perjudicando el desarrollo de pequeñas y medianas firmas nacionales que podrían encargarse de obras de menor envergadura que no exigen la intervención de firmas transnacionales, como reformar calles y barrios.

Además el país paga «más que lo razonable por determinadas infraestructuras y servicios» ejecutados por la empresa brasileña, con calidad pero a precios elevados, según Fontes, reconociendo que Odebrecht «trajo buenas prácticas de gestión» y «las mejores en el sector de construcción» en seguridad del trabajo.

El desafío de angoleños y las empresas extranjeras es solucionar los graves problemas que se acumularon en Luanda, donde la población creció desmesuradamente. Luanda tenía 475.328 habitantes en 1970, según el último censo hecho por el gobierno colonial portugués, mientras que en la actualidad llega a más de siete millones, según varias estimaciones.

Los condominios o edificios que proliferaron en la ciudad no atenúan el déficit habitacional, porque los más necesitados no disponen de recursos para comprar las nuevas residencias, hechas para una clase media poco numerosa. La contradicción es que esa gran oferta no bajó los precios de compra ni arriendo.

Agua y luz escasas son otras quejas comunes en medio de la fiebre de la construcción. La solución está a camino, según los planes cuyos proyectos estratégicos ejecuta Odebrecht, pero serán necesarios muchos años para silenciar los generadores de electricidad hogareños que se escuchan en todas partes durante los apagones y asegurar agua en volúmenes satisfactorios.

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