Brecha social se amplía y alienta malestar en Kazajstán

En la narrativa oficial de la historia postsoviética de Kazajstán, el presidente Nursultan Nazarbayev es elogiado por impulsar una prosperidad generalizada al tiempo de mantener la armonía interétnica. Pero la realidad no es tan color de rosa.

Sin embargo, en los últimos tiempos, las odas oficiales a las virtudes de Nazarbayev no han logrado acallar las voces de duda sobre el sendero de desarrollo que sigue el país. Y esas voces reflejan una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres y entre habitantes de zonas urbanas y rurales.

Un incidente relativamente menor, pero ilustrativo, tuvo lugar en enero: las autoridades encarcelaron a un joven que hizo un gesto grosero ante un desfile de vehículos oficiales en la norteña ciudad de Pavlodar.

Fuera de los círculos oficiales, el incidente fue visto como producto de la frustración que siente una parte considerable de la sociedad, que queda al margen del boom energético del país.

Precisamente ese es el sentimiento que el mes pasado alimentó violentas protestas en Azerbaiyán, otro país rico en petróleo y con una gran brecha social.
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Hay una amplia dosis de verdad en el mito fundacional de Kazajstán: durante las más de dos décadas de gobierno de Nazarbayev, el país ha concretado avances económicos significativos gracias al boom de la exportación de energía.

Kazajstán registró un crecimiento de cinco por ciento en 2012. Su producto interno bruto es de 11.357 dólares por persona, y el salario promedio es de 670 dólares mensuales, cifra muy respetable en comparación con los estándares de la región.

Pero la riqueza dista de estar equitativamente distribuida en Kazajstán, donde unos pocos tienen mucho y muchos otros se esfuerzan por sobrevivir.

Los 50 más adinerados del país suman 24.000 millones de dólares, según la edición kazaja de la revista estadounidense Forbes. En la lista de ricos figuran la familia del presidente y otras muchas personas de su entorno.

Mientras los ricos se vuelven aún más ricos, va tomando forma una clase media. Altynshash Smail, una mujer de 35 años que tiene cuatro hijos y está casada con un exitoso empresario, es el caso típico entre quienes se consideran cómodos más que adinerados. Está agradecida a Nazarbayev por darles a quienes tienen iniciativa la posibilidad de concretar sus sueños.

«En Kazajstán hay dinero y perspectivas. El presidente ha dado muy buenas oportunidades… Pienso que el país está en muy buena posición», dijo a EurasiaNet.org.

Smail salió de compras una tarde entre semana al centro comercial Esentai de Almaty, cuya inauguración, el año pasado, fue elogiada por entusiastas como una señal del creciente poder adquisitivo de los ciudadanos kazajos.

Actualmente la prosperidad se concentra en Almaty, el centro financiero, y en Astana, la glamorosa capital. Pero la riqueza se propaga hacia las regiones, a centros pródigos en energía como Atyrau y Aktobe, junto con otras ciudades provinciales.

Una mañana de sábado en la pujante Shymkent, en el sur del país, otro centro comercial de moda, Mega, hace suculentos negocios. Y quienes acuden a él se van contentos y llenos de elogios hacia su líder.

«Me gusta el presidente», señaló la estudiante Margo Stepovaya mientras toma un café con amigos. «Ha elevado a Kazajstán».

Pero en Shymkent y otras partes, las voces de disenso nunca están apagadas. La aldea de Badam está a apenas media hora en autobús de las tiendas del Mega, pero parece que de él la distanciara medio mundo. Allí, la prosperidad es algo de lo que la gente solo oye hablar en la televisión.

«Nadie se muere de hambre, pero esta es un área rural, los salarios son bajos… y las pensiones diminutas», narró un pensionista que se identifica solo como Marat. «Para ser honesto, la gente está insatisfecha con la actual dirigencia (política), pero le da temor decirlo».

El jubilado se refiere a Nazarbayev con palabras duras, castigándolo por preferir posicionarse en el escenario mundial mientras que «dentro del país su pueblo vive en el nivel más bajo».

Otro aldeano, el plomero Amirkhan Tuleyev, de 60 años, se apresura menos a culpar al presidente por los problemas de la vida rural.

«Como puede ver, no estamos prosperando», contó, señalando los senderos enlodados y llenos de pozos y las viviendas destartaladas.

Tuleyev tiende a culpar a funcionarios locales corruptos e incompetentes, en vez de al hombre que está en la cima del poder, cuya «visión es correcta, pero no nos llega a nosotros».

Amangeldy Kalybek, de la organización de jóvenes activistas Prisma, considera que esas actitudes son sintomáticas de «una crisis de confianza en las autoridades» locales, que no están abordando problemas como el desempleo, la mala infraestructura y el acceso a atención médica y agua.

Apenas 24 por ciento de la población rural de Kazajstán tenía agua corriente en 2010, según un informe publicado en 2012 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Las malas condiciones de vida y la falta de perspectivas desataron una estampida de las aldeas a las ciudades. «Los jóvenes de las aldeas están protestando con sus pies», dijo a EurasiaNet.org el director del Grupo de Evaluación de Riesgos de Kazajstán, con sede en Almaty, Dosym Satpayev. En medio de la dura competencia por los buenos empleos, corren el riesgo de unirse a las filas de una clase urbana marginada.

En el occidente del país, rico en petróleo, han surgido abiertas señales de falta de interés. La región fue testigo del peor brote de malestar social del Kazajastán independiente en 2011, cuando 15 civiles murieron en enfrentamientos con la policía en la localidad de Zhanaozen, y también cuando hubo varios ataques terroristas, «también una forma de protesta», según Satpayev.

Un ingeniero ferroviario que vive en un pequeño pueblo ubicado cerca de la ciudad petrolera de Aktobe, donde en 2011 tuvo lugar el primer atentado suicida en la historia del país, dice que allí el estado de ánimo es «negativo».

«A la gente cada vez le gusta menos Nazarbayev», indicó telefónicamente a EurasiaNet.org a condición de no revelar su identidad, citando quejas familiares sobre corrupción, nepotismo, desempleo y carestía.

«La expresión del sentimiento de protesta en Kazajstán es bastante alta», señala, destacando las pequeñas protestas esporádicas, principalmente por motivos socioeconómicos, que en han tenido lugar en los últimos tiempos.

La oposición es débil y fragmentada, y no ha logrado capitalizar el espíritu de protesta, dice Satpayev, pero «si surge una fuerza política que pueda movilizar (a quienes no muestran interés), será una herramienta muy poderosa».

El gobierno de Nazarabayev es consciente de que la brecha entre ricos y pobres se está ampliando, y ha expresado el deseo de superarla. En la estrategia de desarrollo prevista para 2050 y lanzada el año pasado, el desarrollo socioeconómico y el aumento de los estándares de vida son identificados como prioridades estratégicas clave.

Los ricos tampoco están ciegos ante la creciente división social y económica y, discretamente, algunos admiten que la realidad no es tan color de rosa como dicen los funcionarios.

De regreso en el centro comercial Esentai de Almaty, una banquer que pide mantenerse en el anonimato reconoce que el país podría hacer más por los pobres.

«No todo es realmente estable y perfecto, sabe», agrega con una sonrisa irónica.

* Joanna Lillis es una periodista independiente que se especializa en temas de Asia central. Este artículo fue publicado originalmente en EurasiaNet.org.

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