Al rescate de las hortalizas feas

Un plato delicioso que honra a una zanahoria "diferente". Crédito: Cortesía Culinary Misfits.

Las críticas y gritos de alarma por el desperdicio de comida en Europa, lanzados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y numerosas entidades no gubernamentales, parecen generar sus primeros efectos, sobre todo en iniciativas privadas.

En Berlín, Tanja Krakowski y Lea Brumsack, especializadas en diseño de productos y reconvertidas en cocineras, crearon Culinary Misfits (algo así como «inadaptados culinarios») con el fin de promover el consumo de vegetales que, por sus formas, no satisfacen los criterios estéticos que imperan en supermercados y grandes tiendas de alimentos.

Esas hortalizas, tubérculos y otras verduras «no aptas» para el consumo son calabacines muy grandes, papas o batatas con formas tan variadas como un corazón, repollos cuyas primeras hojas fueron destruidas por exceso de humedad, o zanahorias con dos o más raíces.

Aunque sean alimentos en buen estado y de calidad, son descartados para la venta.

«Los habitantes de las ciudades han adoptado criterios de consumo completamente desquiciados», sostuvo Christian Heynmann, un agricultor cercano a la ciudad de Berlín. «Un calabacín no puede ser más grande que la palma de una mano, un repollo roto por exceso de humedad es incomestible, y zanahorias con tres raíces cortas en vez de una larga y perfectamente cónica no tienen lugar en la cocina», describió.

“Pero si abres y comes un calabacín de 30 centímetros y lo comparas con otro de 10 de la misma cosecha, o una zanahoria con tres patas con otra larga y cónica, verás que tienen el mismo aspecto y el mismo sabor», dijo Heynmann a Tierramérica.

Heynmann colabora con Krakowski y Brumsack y les suministra vegetales comestibles que de otra manera él desecharía, pues los supermercados y tiendas especializadas no los aceptan para la venta.

“Creamos Culinary Misfits para usar estos inadaptados a diario en la cocina, y mostrar al público el verdadero rostro de la naturaleza, además de desmentir esa concepción falsa que impera en la ciudad, de que los buenos vegetales tienen que ser simétricos, pequeños y redondos», explicó Krakowski a Tierramérica. «Lo que queremos es que aprendamos a comer toda la cosecha».

“No somos cocineras profesionales, pero podemos demostrar a nuestro público que es posible preparar platos deliciosos con vegetales aparentemente inapropiados», añadió Brumsack. «Nuestro propósito es recrear una cultura culinaria sostenible».

Brumsack, Krakowski y Heynmann son apenas tres rostros de este movimiento emergente en Europa, que se rebela ante el insensato desperdicio de alimentos.

Muchos agricultores utilizan vegetales «deformes» para elaborar jugos o los venden a cocinas de restaurantes conectados con cadenas de supermercados.

Tal movimiento parece resultado, entre otros, de la alarma que despertó el informe «Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo», que la FAO publicó en mayo de 2011.

«Cerca de un tercio de los alimentos que se producen cada año en el mundo para consumo humano se pierden o desperdician», advirtió ese estudio. «Los países industriales y en desarrollo dilapidan más o menos la misma cantidad: 670 y 630 millones de toneladas respectivamente».

En Alemania, se tiran a la basura 11 millones de toneladas de comida por año, lo que representa unos 135 kilogramos por persona, según datos del Ministerio de Protección de los Consumidores de marzo de 2012.

Cada persona en su hogar descarta unos 81,6 kilogramos, y el resto es arrojado a la basura por la industria, el comercio y los grandes consumidores, detalló el Ministerio.

Las frutas y hortalizas, además de las raíces y tubérculos, son los alimentos que más se desaprovechan.

Con la crisis económica europea, se multiplicaron las personas, sobre todo jóvenes, que recuperan alimentos en buen estado de los depósitos de basura de supermercados y restaurantes.

Esto provocó a gobiernos y organizaciones supranacionales a lanzar campañas de concientización.

[related_articles]El comisario de la Unión Europea (UE) para el Medio Ambiente, Janez Potočnik, advirtió que, de no cambiar sus hábitos alimentarios y de selección de comestibles, el bloque podría  dilapidar más de 120 millones de toneladas de alimentos en 2020, 30 por ciento de la producción regional.

Pero el desperdicio de comida se detectó mucho antes. En 2007, en Gran Bretaña se inició la campaña Love Food Hate Waste (ame la comida, odie el derroche), conducida por una entidad sin fines de lucro y financiada por los gobiernos de Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, en cooperación con empresas y organizaciones no gubernamentales.

La iniciativa incluye un inventario riguroso de alimentos arrojados a la basura cotidianamente en los restaurantes. Como consecuencia, muchos de esos comercios modificaron rutinas y empezaron a reducir el tamaño de los platos y de las guarniciones.

Algunos restaurantes, en particular aquellos especializados en bufés y que basaban su promoción en la generosidad de las porciones, han pasado a cobrar un suplemento a los comensales que no consumen totalmente los platos que se han servido.

Estos pasos y el efecto de la inflación alimentaria parecen coadyuvar.

Según cifras de Waste & Resources Action Programme (WRAP, Programa de Acción sobre Recursos y Residuos), que administra la campaña Love Food Hate Waste, el desperdicio de comidas y bebidas en los hogares británicos pasó de 8,3 millones de toneladas a 7,2 millones entre 2008 y 2011.

La cantidad de alimentos que no se desperdició «tiene un volumen semejante al que se necesita para llenar el estadio de Wembley hasta la última grada», dijo a Tierramérica el director de diseño y prevención de residuos de WRAP, Richard Swannell.

Pero el derroche y la cantidad de basura, en especial de envases de comestibles, siguen siendo enormes, apuntó Swannell.

“La basura afecta toda la cadena de suministros, por lo que tenemos que trabajar con todas las empresas y con los consumidores para reducir embalajes sin afectar la calidad y la frescura de los comestibles», agregó.

En otras palabras, no basta con comer toda la cosecha; también hay que revolucionar la comercialización, reducir empaques y reeducar al público, para que compre solamente la cantidad de comida que verdaderamente necesita.

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