Luces y sombras de la educación en Afganistán

Alumnos del Instituto Nacional de Música de Afganistán. Crédito: Shelly Kittleson/IPS

El sistema educativo de Afganistán logró enormes avances en la tasa de matriculación, pero los informes de prensa sobre ataques a escolares, los libros deficientes y la falta de infraestructura siguen dañando su reputación.

Muchos afganos conocen los progresos, como la inscripción de alrededor de ocho millones de escolares (37 por ciento de ellos niñas), contra los 900.000, exclusivamente niños, inscriptos bajo el régimen del movimiento islamista Talibán.

Pero otros cambios menos obvios, como la gradual eliminación en los libros de texto de las referencias a la violencia, escapan a la atención del público, señaló el excomisionado de derechos humanos Nader Nadery.

Nadery, actual presidente de la Fundación por Elecciones Libres y Justas, dijo a IPS que, durante el régimen talibán, entre 1996 y 2001, los libros de texto de las escuelas (entonces solo para varones) expresamente promovían la violencia.

En las clases de matemáticas, por ejemplo, los ejercicios incluían ejemplos como: “Si disparas una bala y esta viaja a una velocidad equis hacia un soldado parado a 500 metros, ¿cuánto tiempo tarda en matarlo?”.

Según Nadery, el incansable trabajo de organizaciones de derechos humanos permitió la revisión de esos textos entre 2006 y 2007 para incluir, entre otras cosas, una política de igualdad de género y reemplazar pasajes como: “El niño jugaba al fútbol mientras la niña cargaba agua y lavaba los platos”.

Amanullah Eman, portavoz del Ministerio de Educación, dijo a IPS que los jóvenes ahora aprenden temas que hasta hace poco eran considerados tabú, como la tolerancia, las enfermedades o los peligros asociados con el consumo de drogas.

En las escuelas religiosas financiadas por el gobierno ahora también se enseña inglés y computación, clases a las que por ahora asisten dos por ciento de los alumnos, entre ellos unas 15.000 niñas.[related_articles]

“En el régimen anterior, la instrucción religiosa se daba en árabe, pero ahora traducimos todos los libros a los dos idiomas nacionales: dari y pastún”, añadió.

En los últimos años se produjo también un rápido crecimiento en el número de instituciones privadas, tanto en la educación básica como en la superior.

Uno de los más conocidos es el Instituto Kardan de Educación Superior, fundado en 2003 por cuatro personas en “una sola habitación, cuando no había ninguna otra institución en el país”, destacó Hamid Saboory, experto legal y consejero universitario.

Esta alternativa a los centros de estudios tradicionales ofrecía cursos cortos de finanzas y administración, y ahora es una de las “más de 70 instituciones privadas registradas en el Ministerio”, dijo a IPS.

Sin embargo, el acceso a los servicios educativos todavía es difícil, si no imposible, en las áreas rurales. Algunas zonas aisladas dependen de la transmisión de clases por Internet para compensar la falta de profesores capacitados, señaló Nadery.

Mientras, en la Universidad de Al Biruni, en la nororiental provincia de Kapisa, varias estudiantes de derecho se quejaron ante IPS por los frecuentes cortes de energía, así como por la falta de agua en los dormitorios.

No obstante, la sola presencia de tantas mujeres jóvenes en la Facultad de Derecho, procedentes de provincias tan lejanas como Farah, en el oeste, o Jowjzan, en el norte, en muchos casos con la bendición de sus padres, es una señal de lento pero seguro progreso.

Payvand Seyedali, exdirector ejecutivo de la organización Aid Afghanistan for Education (AAE), coincidió en que se registran avances, pero subrayó la necesidad de cambiar también la ley que prohíbe que una persona casada pueda inscribirse en el sistema de educación pública.

“Esto tiene serias consecuencias para las niñas que se casaron a los 13, a los 14 o a los 15 años… y quienes esencialmente fueron obligadas a abandonar la escuela”, explicó.

No obstante, los colegios financiados por AAE, que se concentran particularmente en esa población, descubrieron que muchos esposos, hermanos y padres eran quienes instaban a sus familiares mujeres a que no dejaran sus estudios, “incluso a veces como condición para el matrimonio”, dijo a IPS.

Un experto en grupos étnicos que investigó los libros de textos afganos, y que pidió no ser identificado, explicó la complejidad de crear un sistema educativo “inclusivo” en un país con 35,2 millones de personas, de las cuales se estima que 42 por ciento son pastunes, 27 por ciento tayikos, nueve por ciento uzbekos y otro nueve por ciento hazara, y el resto de otras etnias.

El experto constató que, en los libros de texto de octavo grado, todas las referencias sobre personas o poblaciones eran solo sobre la etnia pastún.

El plan de estudios todavía presenta vacíos importantes. Por ejemplo, los últimos 40 años de historia nacional fueron omitidos, deliberadamente, en los libros de ciencias sociales para educación secundaria. El gobierno arguyó que de esa forma procuraba “promover la unidad nacional”.

Consulado al respecto, el viceministro de Educación Técnica y Capacitación Vocacional, Mohammad Asif Nang, dijo que todas las partes involucradas en esa sangrienta parte de la historia afgana podrían verse afectadas por la mención de los 32 años de guerra.

Aún viven muchos “del régimen comunista, del régimen talibán, de los mujaidines”, y sus hijos podrían terminar enfrentándose entre sí, señaló.

El funcionario acusó a los medios de ser excesivamente críticos, poniendo solo énfasis en las fallas aun presentes en el sistema y exagerando su impacto.

Lo que necesita el país durante esta etapa de construcción del Estado, señaló, es más apoyo, corrección de errores y ajustes a reformes del sistema, un proceso que corre riesgo de descarrilarse por la negatividad.

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