Entre salir y no salir de Afganistán

Traslado de los restos del cabo primero canadiense Byron Greff, que servía como instructor y asesor de misión en Afganistán, muerto en octubre de 2011 en un ataque talibán. Crédito: U.S. Air Force/Kat Lynn Justen

Algunos países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como Canadá, seguirán sosteniendo la ocupación militar en Afganistán debido a la persistente debilidad de Kabul.

A pesar de que Ottawa anunció el repliegue para 2014 de unos 900 soldados canadienses que capacitan a las fuerzas de seguridad afganas, numerosos especialistas prevén que su colaboración con la OTAN proseguirá más allá de esa fecha.

Estados Unidos tiene previsto retirar el año próximo a la mayoría de sus fuerzas, aunque dejaría a unos 9.000 efectivos para entrenamiento y otro tipo de asistencia al ejército afgano, indicó Graeme Smith, ciudadano canadiense y analista del Grupo Internacional de Crisis residente en Kabul.

Smith fue corresponsal del diario canadiense Globe and Mail y es autor del libro “The Dogs Are Eating Them Now: Our War in Afghanistan” (Los perros se los están comiendo ahora: Nuestra guerra en Afganistán), que se publicará en septiembre.

“Los estadounidenses no han explicitado su compromiso, y los otros países de la OTAN esperan (antes de anunciar su contribución). Habrá presión sobre Canadá para que tenga algo” disponible, dijo Smith a IPS.

¿La historia se repite?

Canadá retiró formalmente en 2011 a sus 2.500 soldados de la provincia de Kandahar, tras 10 años de colaborar con la misión de la OTAN encabezada por Estados Unidos. Pero no puede romper sus vínculos con Kabul porque, según coinciden numerosos especialistas, el gobierno afgano no sobreviviría al retiro total de las tropas extranjeras.

Las fuerzas de seguridad de Afganistán son muy dependientes de Estados Unidos y de la OTAN, en especial para apoyo logístico y capacidad aérea.

Lo que mantiene a Estados Unidos en Afganistán es la pesadilla de que la historia se repita, dijo el profesor Anatol Lieven, del King’s College de Londres, refiriéndose a la caída de Saigón, que marcó el fin de la Guerra de Vietnam.

En 1975, Estados Unidos evacuó al personal diplomático y a cientos de miles de sus soldados de la capital de Vietnam del Sur, Saigón, lo que permitió que el ejército norvietnamita la ocupara. La guerra concluyó y Vietnam se unificó bajo un régimen comunista.

“El dilema es cómo equilibrar el deseo de salir de Afganistán con el profundo temor, en especial del ejército estadounidense, de sufrir una obvia y humillante derrota si cae el gobierno afgano”, explicó Lieven.

Estados Unidos está indeciso por sus propias dificultades presupuestarias y por el desconfiado gobierno afgano, que manifestó su rechazo cuando la administración de Barack Obama intentó dialogar con los insurgentes del Talibán, indicó Mark Sedra, presidente del Grupo de Gobernanza para la Seguridad y politólogo de la canadiense Universidad de Waterloo, en Ontario.

Seguridad subsidiada[related_articles]

Un informe de la estadounidense Oficina de Supervisión del Gobierno, de febrero de este año, “Afghanistan – Key Oversight Issues” (Afganistán, asuntos clave descuidados), señala que Washington y la OTAN no suministran fondos suficientes para mantener a las fuerzas de seguridad afganas por un período prolongado.

El dinero de los contribuyentes no alcanza para que Afganistán pague y mantenga a sus efectivos, que ahora ascienden a 350.000. Ese país depende de que Estados Unidos lo subsidie con 4.000 millones de dólares anuales, indicó Sedra.

Pero ese desembolso probablemente no alcance para costear la protección necesaria del gobierno de Afganistán y de su población, prosiguió.

“La realidad es que el tamaño actual de las fuerzas de seguridad afganas es totalmente insostenible. A menos que los subsidios sigan fluyendo por tiempo indeterminado, hay grandes posibilidades de que entren en crisis o, incluso, colapsen”, dijo a IPS.

Entre los escenarios posibles, Sedra señala que los islamistas se vuelvan a hacer con el poder o que surjan nuevos conflictos entre los señores de la guerra de la Alianza del Norte, que luchó contra el régimen del Talibán (1996-2001) y dio su apoyo para que Hamid Karzai asumiera como presidente a fines de 2001.

Pero el mayor desafío para las fuerzas de seguridad afganas no es mejorar su capacidad de combate ni asegurar el sueldo de sus efectivos, sino acabar con la debilidad de su logística y del gobierno civil, en especial del Ministerio de Defensa, indicó David Perry, analista del Instituto de la Conferencia de Asociaciones de Defensa, con sede en Ottawa.

Llevará toda una “generación” resolver estos asuntos, alertó Perry.

“Los afganos carecen de todas las cuestiones institucionales que se necesitan para gestionar un ejército: líneas de suministro, una sede, funciones de planificación, ese tipo de cosas, porque no han salido de una etapa de preparación. Necesitan unidades que se encarguen de la gestión”, dijo a IPS.

“El Ministerio de Defensa debe ser más competente en materia de gestión”, añadió.

Otro motivo de preocupación es que el costo de las fuerzas de seguridad perjudique otras áreas, como salud y educación, en las que países de la OTAN, como Canadá, invirtieron sumas considerables, dijo el legislador canadiense de la oposición Matthew Kellway, especialista en suministros de defensa de su Nuevo Partido Democrático.

“Muchos países apuntaron a construir instituciones de la sociedad civil y de gobierno en Afganistán. Existe una gran interrogante sobre cómo el Estado afgano invertirá en educación, salud, etcétera, a la vez que mantiene las fuerzas de seguridad”, dijo a IPS.

El gobierno canadiense invirtió entre 13.000 y 18.000 millones de dólares, de los cuales 9.000 millones se destinaron a defensa y el resto a asistencia al desarrollo, según estimaciones oficiales.

Nueva ruta de la seda

Michael Skinner, investigador universitario y doctorando, señaló que los planificadores de estrategias geopolíticas de Washington quieren aprovecharse de Afganistán desde los años 90 por su riqueza mineral (en especial cobre y hierro) y su ubicación geográfica, en el centro del continente eurasiático.

Llamada “Nueva ruta de la seda”, la estrategia entraña destinar miles de millones de dólares al desarrollo de infraestructura: carreteras, vías férreas, tendido eléctrico y cables de fibra óptica.

Algunos objetivos, según Skinner, son la “transmisión de electricidad de Asia central a Pakistán e India, el transporte de gas y petróleo de Irán y la región del mar Caspio a China, Pakistán e India, la colocación de cables de fibra óptica de India a Rusia y de China a Europa, y mejoras en la conectividad carretera y ferroviaria de India a Rusia y de China a Europa”.

Consciente del gran potencial, el Banco Asiático de Desarrollo invirtió 17.000 millones de dólares en 7.000 kilómetros de caminos y vías férreas en Afganistán.

“Desde mi punto de vista, la preocupación por el gobierno afgano responde a un interés mayor, el de proteger a inversionistas occidentales, más que en lograr la gobernanza”, opinó Skinner.

Pero, en definitiva, no será suficiente que las fuerzas de seguridad afganas protejan las vías férreas o los tendidos eléctricos de los ataques del Talibán para beneficiar a los inversores. Irónicamente, hasta las compañías chinas e indias se beneficiarían de la permanencia de la OTAN en el país.

Es preferible, dijo Skinner a IPS, que Occidente llegue a algún tipo de acuerdo de paz con el movimiento islamista.

La incertidumbre en torno al papel futuro de Estados Unidos pone en duda gran parte de esa planificación.

“Hay una tendencia a considerar dónde entra el factor petróleo y recursos naturales. Pero no estoy seguro de que en este caso sea un elemento que baste para que Estados Unidos y la OTAN sigan invirtiendo sangre y dinero en Afganistán”, añadió.

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