Mina secreta resucita economía de aldea en Kirguistán

En las montañas de la provincia kirguisa de Naryn, una aldea protege el secreto de su mina de oro. Crédito: Asel Kalybekova/EurasiaNet.org

Una generación después de independizarse de la Unión Soviética, las aldeas de Kirguistán son sitios destartalados y arruinados, escenarios de la desesperación. Los jóvenes capaces se van a la capital o a Rusia en busca de cualquier empleo. Pero todo es diferente para un pequeño caserío de montaña que tiene una secreta mina de oro.

En los años 40, geólogos soviéticos descubrieron oro en la aislada provincia de Naryn, relatan los pobladores. Pero el mineral no se explotó hasta que el colapso económico de los años 90 obligó a los “geólogos salvajes” de la aldea, como se llaman a sí mismos, a hacer su propia exploración.

«Si no fuera por el oro, nuestra aldea hubiera perecido a los crímenes y los robos”, dice un minero que en realidad se formó como agrónomo. “Antes de que la gente empezara a trabajar en la mina, aquí reinaba el delito. No se podía dejar siquiera una escoba en el patio”.

Aunque es ilegal, alrededor de 60 por ciento de los hombres trabajan regularmente en la mina, que constituye el sustento de toda la comunidad, de unos 3.000 integrantes.

Como escasean las oportunidades laborales y la minería aurífera es cada vez más polémica y politizada en el país, los habitantes del lugar son cautos. Solo hablan con EurasiaNet.org a condición de ampararse en un estricto anonimato, insistiendo en que no se revele por escrito el nombre de la aldea ni su ubicación.

Otro minero, que lleva más de 10 años en la mina a cielo abierto, dice que el oro permitió que él y  su esposa, una maestra de escuela, criaran a sus tres hijos y construyeran una casa modesta. Ahora uno de sus hijos estudia geología en Bishkek, buscando continuar el trabajo de sus padres. Con sus manos curtidas por las arrugas, señala la montaña: “Todo lo que tengo hoy es gracias a esta mina”.[related_articles]

Este hombre, que pide ser identificado como Bakyt, realiza el trayecto de tres horas hacia la fosa con cuatro o cinco colegas cada dos meses, en un jeep repleto de ropa de abrigo, tiendas de campaña y alimentos que puedan preparar en una cocina portable a gas: carne, arroz y verduras. “Tiene que ser comida de alto contenido calórico, porque es un trabajo muy duro”, explica.

En esas expediciones, que pueden prolongarse hasta un mes, los mineros buscan cuarzo y pirita, dos señales de que hay oro. “Apenas vemos relucir pequeños rastros de oro, empezamos a cavar con picos y azadas”, dice Bakyt.

Los mineros separan las rocas prometedoras en sacos de arpillera y vuelven a la aldea, para dirigirse a una refinería improvisada.

Una máquina pulveriza las piedras. Varios cernidores eléctricos limpian el polvo y dejan el oro, más pesado, en el fondo. Incluso ocultas en un garaje, las máquinas hacen tanto ruido que se las puede oír desde afuera. Pero parece que todos en la aldea tienen alguna participación económica en el proceso, y por ende un incentivo para mantenerlo en secreto.

El polvo que queda luego de cernir el oro contiene también oro, y además plata, hierro y pirita. Esta última se incinera con ácido nítrico, altamente corrosivo, en un proceso que pondría los pelos de punta a los inspectores de salud: al aire libre, sin usar lentes ni ningún otro tipo de protección, los mineros mezclan el ácido y el polvo en un recipiente de acero inoxidable y se apartan mientras queman.

“Ponemos el recipiente contra el viento, para no inhalar el humo”, explica Bakyt. Primero es “negro, luego amarillo y, al final, se vuelve blanco y para. Así sabemos que terminó”.

En Bishkek se consigue ácido nítrico de modo ilegal, a unos cinco dólares el litro. Los químicos aficionados eliminan el hierro con la ayuda de imanes. Según ellos, el polvo contiene entre 83 y 85 por ciento de oro y alrededor de 15 por ciento de plata. Este compuesto se vende a uno de los varios intermediarios en la aldea, con un descuento acordado de entre cuatro y cinco dólares por gramo respecto del precio internacional, por la presencia de plata.

Los aldeanos siguen con atención las fluctuaciones de los precios con la ayuda de las conexiones móviles de Internet.

Quienes no participan directamente en la minería también se benefician, señala un miembro del concejo local. Los comercios de la aldea están bien abastecidos y varios hombres ofrecen sus servicios como choferes para trasladar a los mineros hasta el sitio.

A diferencia de muchas aldeas kirguisas, donde la mayoría de los hombres jóvenes emigran en busca de trabajo, aquí pocos tienen interés en irse. Incluso algunos que se marcharon en los años 90 ahora han vuelto.

La mina “beneficia a estas personas y a toda la aldea. Todos hacen lo que pueden para sobrevivir”, dice el funcionario. “Además, los mineros aportan dinero a las actividades sociales. Hay tanto un impacto económico como social”.

Los beneficios económicos también terminan llegando a los empleados públicos. Se trata de un fenómeno generalizado en Kirguistán y en toda la antigua Unión Soviética. Un aldeano dice que a veces la policía detiene a los vehículos en una carretera que viene de la mina, para cobrar un “peaje” de unos seis dólares por saco de piedras. Cada vehículo que regresa de la mina transporta hasta 10 sacos.

Ante la cuestión de si estos mineros informales tienen la pericia técnica necesaria para manejar y almacenar sustancias químicas como el ácido nítrico, el concejal responde que los habitantes son más cuidadosos que los inversores extranjeros porque “ellos viven aquí”. La prensa local culpa a las empresas extranjeras de cometer infracciones ambientales, en algunos casos justamente y en otros no.

Según él, los aldeanos intentaron conseguir un permiso para operar la mina, pero nunca obtuvieron una respuesta de Bishkek. Ahora que el parlamento considera nacionalizar la única mina de oro importante del país, Kumtor, de capitales canadienses, los pobladores de la aldea temen reiterar su pedido.

“No creo que el gobierno nos escuche, solo prohibirá la minería”, dice el concejal.

La mina secreta, que funciona fuera del radar oficial, fue objeto de disputa en un pasado no tan lejano. En 2011, Kyrgyzaltyn, la empresa aurífera estatal, intentó venderla a una firma china, según Radio Azattyk. La decisión parece haber quedado en suspenso después de que los aldeanos protestaron en la capital provincial, Naryn.

“Esto es un robo. No puede permitirse y el gobierno local debería llevarlo a la justicia”, dijo Kadyrbek Kaketaev, hasta hace poco subdirector de la Agencia Estatal de Geología.

Pero los lugareños no tienen intenciones de parar.

“No nos importa si es invierno o verano, estamos allí todo el año”, señala un minero.

El yacimiento no hace rico a nadie, pero aporta algo inusual en el Kirguistán rural: una vida cómoda. También es riesgoso: algunas expediciones regresan a casa con las manos vacías y acumulan deudas. Pero un viaje exitoso puede generar unos 2.000 dólares.

Bakyt apostilla: “Padecemos la fiebre del oro y nunca sanaremos. Haremos esto durante el resto de nuestras vidas».

Asel Kalybekova es una periodista independiente radicada en Kirguistán. Este artículo se publicó originalmente en EurasiaNet.org.

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