Kurdos de Siria buscan válvula de oxígeno

“Siria agradece su visita” se lee en el puesto aduanero de Til Kocer/Yarubiya, en la frontera siria-iraquí. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

Tras ganar espacios de autonomía al calor de la guerra civil de Siria, los kurdos del norte de este país denuncian ahora una política de asfixia a manos de Turquía y el gobierno de la vecina Región Autónoma Kurda de Iraq.

“Todos sabemos que Ankara y Erbil –capital administrativa de la Región Autónoma Kurda de Iraq — tienen un plan para evacuar esta región por completo”, relata a IPS Abdurrahman Hemo, presidente del Comité de Ayuda Humanitaria kurdo. “Intentan asfixiar a la población a través de un bloqueo para que esta huya en masa”.

Desde su oficina en Derik, 700 kilómetros al noreste de Damasco, Hemo habla sin tapujos sobre un supuesto embargo ejercido sobre las zonas kurdas de Siria. La última prueba, dice, es el foso de 17 kilómetros de largo, tres metros de ancho y dos de profundo que las autoridades del Kurdistán iraquí están construyendo a lo largo de la frontera común.

Eso, unido al reciente desmantelamiento del puente en el único paso oficial entre los kurdos de Iraq y los de Siria, a 10 kilómetros de Derik, tiene un efecto psicológico aún más devastador que el puramente estructural.

“La gente está aterrorizada y muchos se han ido. Esto está casi vacío”, apunta Isham Ahmed en su pequeña tienda de alimentación en el bazar de Derik.

“Los precios de los alimentos básicos se han multiplicado por cinco ya que muchos son de contrabando o, simplemente, porque muchas tierras han dejado de cultivarse por la guerra”, añade IPS este comerciante que se resiste a bajar definitivamente la persiana.

La escasez generalizada es uno de los precios a pagar por los kurdos de Siria desde que, en julio de 2012, se hicieron con el control de sus zonas.

A pesar de su apuesta por distanciarse tanto del régimen de Bashar al Assad como de la oposición armada, el gobierno turco no ve con buenos ojos un movimiento autonomista liderado por el Partido de la Unión Democrática, que dice compartir la agenda del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que en los años 80 lanzó una guerra de guerrillas contra Ankara.

Erbil tampoco reconoce a la administración kurda en Siria, alegando que una parte de la población no está representada. Las excelentes relaciones comerciales que sostiene con Ankara, y que incluyen suculentos contratos de gas y petróleo, son otro factor a tener en cuenta.

Precisamente, uno de los productos más escasos en Derik es la gasolina. Un litro, que antes de la guerra costaba 34 centavos de dólar, ahora vale más de dos dólares. Llega de cualquiera de las refinerías improvisadas –apenas un bidón en el que hervir el crudo— en las que a menudo son niños los que arruinan sus pulmones.

Los motores acaban cediendo por la baja calidad del combustible, y muchos vehículos han de ser remolcados hasta Qamishli, el principal núcleo urbano del noreste de Siria, a 600 kilómetros de Damasco.[pullquote]3[/pullquote]

La situación en esa ciudad, proclamada capital del autónomo cantón de Jazeera, no tiene réplica en ninguna otra región de Siria: la mayor parte de Qamishli está bajo control kurdo, pero el gobierno sigue presente en el centro y el aeropuerto.

Como resultado, Qamishli cuenta con dos administraciones: la de Damasco y la kurda. Esta última respeta una escrupulosa paridad de género en los cargos de responsabilidad. Rauda Hassan, coalcaldesa de la ciudad, resume a IPS los nuevos retos de su municipio.

“Nuestro suministro eléctrico depende de Raqqa (500 kilómetros al noreste de Damasco), pero ahora está cortado porque la ciudad está bajo control de (la red extremista islámica) Al Qaeda”, explica esta joven de 30 años en el antiguo hotel Hadaya, ahora sede del ayuntamiento kurdo de la ciudad.

“Tanto las oficinas del régimen como el aeropuerto cuentan con 24 horas de luz, pero el resto de la ciudad solo con cuatro, así que dependemos de los generadores eléctricos”, agrega.

A poca distancia, el médico voluntario Redovan Hamid también se enfrenta a nuevos desafíos.

“La falta de electricidad afecta la conservación de los alimentos, pero eso no es lo peor. Volvemos a tener casos de tuberculosis y hay zonas de la ciudad donde no se recoge la basura por lo que no podemos descartar una plaga de ratas, una epidemia de cólera…”, dice Hamid. Y culpa de ello al “brutal bloqueo de Ankara y Erbil”.

“Las medicinas escasean o llegan caducas tras haber sido retenidas en la frontera turca o kurda de Iraq. Es desesperante”, se lamenta.

En el oeste de Qamishli, en la sede de la Media Luna Roja Kurda creada al calor de la revolución, pero sin relación formal con la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, el delegado regional Agid Brahim suscribe el relato de Hamid.

“Dependemos exclusivamente de la comunidad internacional, porque nuestros vecinos nos han dado la espalda”, dice el voluntario a IPS.

“Siria agradece su visita”

El 26 de octubre de 2013, las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo) tomaron el puesto fronterizo de Til Kocer (Yarubiya en árabe), situado 700 kilómetros al noreste de Damasco y a 400 de Bagdad, cuya estratégica aduana permanecía bajo control de grupos afines a Al Qaeda desde marzo de ese año.

A finales de diciembre, y tras una reunión con una delegación kurda de Siria, Bagdad accedió a reabrir el puesto fronterizo.

“El tráfico es todavía muy escaso porque las mercancías han de descargarse en un lado y volver a cargarse en el otro”, explica a IPS uno de los nuevos trabajadores de la aduana, Redur Marzan, junto a un camión de bomberos inutilizado.[related_articles]

Marzan habla de entre “uno y cuatro camiones diarios”, una cantidad insuficiente para atender las crecientes necesidades de la región. La seguridad, dice el joven, es otro de los factores que impiden que Til Kocer recupere su actividad.

“La mayoría de los disparos que oímos durante el día llegan de un campo cercano de entrenamiento de las YPG, pero los islamistas siguen en la zona por lo que no podemos bajar la guardia, especialmente de noche”, dice Marzan, mientras camina entre toneladas de dátiles pudriéndose en el suelo.

A pocos metros, un hombre en uniforme de camuflaje barre la entrada principal, mientras un solitario soldado iraquí lo contempla desde el otro lado de la valla.

“Siria agradece su visita”, dice una señal en la arcada del puesto de control en un pequeño trozo de tierra, ese sobre el que un pueblo ha puesto todas sus esperanzas.

 

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