Las tareas del cuidado aumentan como carga para las cubanas

Mujeres compran alimentos durante una feria agropecuaria en el barrio Playa, en La Habana. Sobre ellas recae más de 98 por ciento del trabajo doméstico y el cuidado familiar no remunerados en los hogares cubanos. Crédito: Jorge Luis Baños/IPS

La cubana Hortensia Ramírez siente que sus manos deben multiplicarse cuando comparte la atención a su madre de 78 años, enferma de arterioesclerosis, con los quehaceres del hogar y la confección de dulces caseros para el sustento familiar.

Comienza el día a las seis de la mañana, remojando la ropa manchada durante la noche por la enferma, al mismo tiempo que prepara la masa de los pasteles y alista el almuerzo de sus dos hijos,  uno estudiante de bachillerato y otro informático.

“Hace dos años dejé mi trabajo como enfermera porque ella no podía estar sola y, aunque tengo un hermano que ayuda con los gastos, la atención diaria me corresponde”, confiesa a IPS la mujer de 57 años, que se separó de su segunda pareja poco antes de que su madre necesitase atención continúa.

“Desde entonces mi vida se resume a atenderla, pero cada vez es más complicado conseguir la comida, las medicinas y ni pensar en pañales desechables por mis limitados ingresos… En fin, termino muy agotada”, revela.[pullquote]1[/pullquote]

Al igual que a la mayoría de las cubanas de mediana edad, a Ramírez le pesan las responsabilidades domésticas y de cuidado familiar, intensificadas por carencias económicas tras más de 20 años de crisis en este país caribeño de gobierno socialista.

Esa función tradicional del cuidado sostiene inequidades de género y las deja vulnerables ante las reformas emprendidas por el gobierno de Raúl Castro desde 2008 para buscar eficiencia económica y productividad, sin acompañarlos de aumentos salariales.

La reducción de escuelas donde estudiantes combinan aprendizaje y trabajo en régimen interno y en área rural, el cierre de comedores para trabajadores y los recortes del presupuesto en la asistencia social dejan solos a los hogares ante tareas antes compartidas con el Estado y afectan, sobre todo, a la mitad femenina de los 11,2 millones de habitantes del país.

“El Estado está pasando una parte de la carga del cuidado y de la atención de salud y educación a las familias, pero el desarrollo económico obligatoriamente debe mirar los aportes de entornos familiares”, asegura a IPS la economista Teresa Lara.

Si nadie cocina, garantiza la higiene colectiva, apoya en la enseñanza o atiende a los adultos mayores y enfermos no se reproduce la fuerza de trabajo, reflexiona la experta.

No obstante, estas tareas casi siempre a cargo de las mujeres permanecen invisibles y sin remuneración.

Cuando se cuentan sus actividades cotidianas en el hogar, las cubanas dedican 71 por ciento de sus horas laborales al trabajo doméstico no remunerado, según demostró la única Encuesta del Uso del Tiempo dada a conocer hasta ahora, que en 2002 realizó la entonces Oficina Nacional de Estadísticas.

La investigación, con resultados que siguen vigentes en la actualidad según especialistas, arrojó que por cada 100 horas de trabajo masculino, las mujeres ocupaban 120, muchas de ellas realizando actividades simultáneas como cocinar, limpiar, lavar y atender a niños y niñas.

Estimaciones de Lara a partir de estas tendencias establecen que el aporte de los servicios domésticos y de cuidado no remunerados al Producto Interno Bruto (PIB) nacional fue de casi 20 por ciento, superior a la industria manufacturera.

En la actualidad estos valores pudieran ser más elevados por la complejidad de la vida cotidiana, sostiene la economista.

Sin lavanderías, tintorerías, industrias de alimentos precocinados u otros servicios de apoyo al hogar a precios asequibles, las familias cubanas deben redoblar esfuerzos para cubrir las necesidades domésticas sin grandes gastos.

A esto se suma el deterioro de los asilos para las personas mayores, de las guarderías estatales y la disminución del presupuesto para la asistencia social, que pasó de 656,2 millones de dólares en 2008 a 262,9 millones dólares en 2013, según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).

Prescindir de cargos con mayor jerarquía o abandonar el empleo remunerado son algunas de las consecuencias de este panorama para las cuidadoras.

Muchas se encuentran ante el conflicto de conciliar cuidado y subsistencia, en un país donde el salario medio mensual apenas supera los 20 dólares y el gasto mínimo del consumo cotidiano en una familia puede triplicar esa cifra, aún con subsidios estatales de algunos alimentos y servicios.[related_articles]

Datos de la ONEI indican que la tasa de desocupación femenina aumentó de dos por ciento en 2008 a 3,5 por ciento en 2013, en paralelo a los recortes de plantillas estatales proyectados por el gobierno, que próximamente pudieran sumar un millón de desempleados.

El incentivo del trabajo por cuenta propia o las actividades económicas informales dentro del hogar son una alternativa, pero no siempre garantizan la seguridad social.
Tampoco aprovechan la experticia femenina acumulada al ser más de 66 por ciento de la fuerza profesional y técnica del país.

La socióloga Magela Romero cree que el rol social de cuidadoras resulta violento para las mujeres porque expresa relaciones de poder inequitativas entre los géneros, con secuelas económicas, emocionales, sexuales y sicológicas para ellas.

Una investigación cualitativa entre 80 habaneras realizada por la profesora universitaria en 2010, a la que tuvo acceso IPS, concluyó que varias de las entrevistadas vivían «el ciclo del cuidado sin fin»: una vez terminada su etapa estudiantil pasan toda su vida atendiendo a hijos, padres, suegros, nietos y esposos, entre otros familiares.

Esta situación se agrava en un país con tendencia al envejecimiento, donde 18 por ciento de las personas tiene más de 60 años y viven en 40 por ciento de los hogares.

Lo sabe la contadora Adriana Díaz, que solo pudo ejercer su profesión por menos de una década.
“Primero llegaron los hijos y me dediqué a cuidarlos. Luego me divorcié y me incorporé al trabajo cuatro años, que fueron los mejores de mi vida, pero cuando mi madre enfermó gravemente lo volví a dejar”, evoca a IPS esta habanera de 54 años.

Casi nueve años entregada por entero a esa tarea dejaron a Díaz secuelas lumbares y una insuficiencia cardiaca, además de que para sostenerse depende enteramente de sus hijos, que emigraron al exterior.

La investigadora social María del Carmen Zabala considera que las brechas de género en el empleo producto del cuidado familiar requieren políticas que traten de manera particular a las mujeres, a tono con los actuales cambios del país.

El incremento de la jefatura femenina, que alcanza 45 por ciento de las familias, según el Censo de Población y Viviendas de 2012, lleva a la especialista a solicitar políticas específicas para los hogares monoparentales femeninos por ser los más vulnerables.

Editado por Estrella Gutiérrez

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