Las mujeres “rotas” tienen otra oportunidad en Afganistán

En primer plano y de espaldas, Rukia, una mujer afgana de 26 años, en la sala donde se recupera de la operación de fístula obstétrica. Al fondo, Nazifah Hamra, la responsable del departamento para esa enfermedad en el hospital de Malali, en Kabul. Crédito: Karlos Zurutuza/IPS

“El olor de las heces y la orina las acaba aislando por completo. Sus maridos se divorcian de ellas y quedan estigmatizadas de por vida”. La médica Pashtoon Kohistani apenas necesita unas frases para describir el drama de las mujeres afectadas de fístula obstétrica en Afganistán.

Junto con el centro de salud de Badakhshan, a 290 kilómetros al noreste de Kabul, el hospital capitalino de Malalai es el único que cuenta con un departamento dedicado a tratar una enfermedad que parece endémica entre el grupo de población más indefenso: mujer joven, pobre y analfabeta en una región remota.[pullquote]3[/pullquote]

“Al no poderse practicar una cesárea, el niño se les muere dentro y acaban desgarrándose la vagina y la uretra intentando parir”, explica Kohistani a IPS. “La incontinencia urinaria y/o fecal crónica es la consecuencia más inmediata”, añade, mientras pasea por los pasillos del ala del hospital dónde únicamente mujeres esperan pacientemente a ser vistas por una facultativa.

Las hay prácticamente de todas las edades. Algunas muestran signos de evidente dolor mientras que otras aprovechan que están en uno de los escasos lugares en Afganistán donde la falta de presencia masculina les permite descubrir su cabello, quitarse el burka, e incluso remangarse para combatir el calor.

Nazifah Hamra, responsable del departamento de fístula de Malalai, abunda lo dicho por su colega.

“La desnutrición durante la infancia es una de las causas tras este fenómeno”, asegura esta cirujana.

“Las mujeres en las zonas más rurales de Afganistán comen siempre después de los hombres. Así, las niñas se quedan a menudo sin ingerir la cantidad de leche y alimentos esenciales para su desarrollo”, explica.

A eso hay que añadir que “una mujer de estas regiones solo acude al médico cuando se casa, y generalmente muy joven”, dice antes de invitar a IPS a conocer alguna de las pacientes.

Rukia quiere hablar. “Me casé a los 15 y quedé embarazada a los 17”, comienza su relato esta joven que ahora tiene 26 años y que ha llegado al centro procedente de una pequeña aldea de la provincia de Balj, a 320 kilómetros al noroeste de Kabul.

“Cuando estaba a punto de parir tuve muchísimos dolores pero la carretera a Kabul estaba cortada y me tuvieron que llevar hasta Bamiyán”, a 150 km al oeste de Kabul, prosigue.

Sentada cuidadosamente sobre la cama para no obstruir el catéter que evacúa unos últimos restos de orina, Rukia explica que su hijo murió en su vientre, y que una negligencia médica agravó aún más el desenlace.

En un informe de 2013 sobre los riesgos del matrimonio infantil, la organización Human Rights Watch alerta de que los niños nacidos de madres demasiado jóvenes sufren más problemas de salud y una tasa de mortalidad mayor que aquellos nacidos de madres de más de 20 años.

“El daño a las madres jóvenes y a sus hijos, y a la sociedad afgana en su conjunto es incalculable”, asegura en el documento Brad Adams, director para Asia de Human Rights Watch y quien ha solicitado al gobierno afgano que adopte medidas para esos desenlaces para las mujeres.

En el caso de Rukia, su marido no tardó en abandonarla y volverse a casar. Pero más que la terrible experiencia, las secuelas y el posterior abandono, dice que lo que le duele es saber que nunca podrá ser madre.

Hamra conoce de sobra su historia, y la de muchas otras. “A todo esta pesadilla se añade la presión de la suegras, que les dicen cosas como `yo he tenido cinco hijos sin ir nunca al hospital’. Muchas de ellas acaban suicidándose”, asegura esta doctora, que explica que prefiere mirar al futuro: la operación de Rukia ha sido un éxito.

“De ahora en adelante podrá disfrutar de una vida completamente normal”, asegura la cirujana. Añade que nada de esto sería posible sin la colaboración del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).

La representante de UNFPA en Afganistán, Annette Sachs Robertson, aporta más detalles.

“Empezamos a trabajar en 2007, en estrecha colaboración con el Ministerio de Salud Pública. Hemos formado a cirujanos y aportamos equipamiento y suministros médicos, gracias a los cuales se han tratado a más de 400 mujeres con éxito”, explica a IPS.

Sachs, doctora en biología y ciencias biomédicas por la estadounidense Universidad de Harvard, recuerda que “la fistula obstétrica es prácticamente inexistente en países desarrollados”.

Los datos lo corroboran. Según un informe de 2011 del Programa de Desarrollo Social y de Salud elaborado con la asistencia del UNFPA en seis provincias afganas, 91,7 por ciento de las afectadas no sabía ni leer ni escribir y 77,8 aseguró que los ingresos medios familiares eran inferiores a 100 dólares mensuales.[related_articles]

El estudio indica que cuatro de cada mil mujeres en edad reproductiva padecen fistula obstétrica y apunta como sus denominadores comunes a los altos índices de analfabetismo, el matrimonio temprano y las interminables jornadas de trabajo.

Najiba cumple con ese perfil pero, gracias a otra exitosa intervención, pronto regresará a su casa. Nacida en Baghlan, a 220 kilómetros al oeste de Kabul, ha sufrido incontinencia durante los últimos 14 años por la fístula.

Tras casarse a los 17 años, quedó embarazada y perdió a su primer hijo tras un parto que duró tres días. Pero, a diferencia de la mayoría de las afectadas, su marido la apoyó y ahora tienen seis hijos en común.

“Mi marido se enteró de que existía este hospital por la radio”, explica la joven, con una sonrisa difícil de ver entre las que comparten su enfermedad. “Fui muy afortunada”, asegura.

Editado por Estrella Gutiérrez

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