Nobel de la Paz a Malala trae «rayo de esperanza» a Pakistán

El movimiento radical Talibán dañó más de mil escuelas en el norte de Pakistán desde que se expandió desde Afganistán en 2001, lo que impidió que miles de niños, y especialmente niñas, reciban una educación. Crédito: Ashfaq Yusufzai/IPS
El movimiento radical Talibán dañó más de mil escuelas en el norte de Pakistán desde que se expandió desde Afganistán en 2001, lo que impidió que miles de niños, y especialmente niñas, reciban una educación. Crédito: Ashfaq Yusufzai/IPS

Para las niñas que viven en las regiones tribales del norte de Pakistán, la lucha por la educación comenzó mucho antes del día en que miembros del radical movimiento Talibán balearon en la cabeza a una estudiante de 15 años de edad, y sin duda continuará por mucho tiempo. 

No obstante, la noticia de que a esa joven, Malala Yousafzai, quien hasta el incidente residía en el valle de Swat, en la norteña provincia de Jyber Pajtunjwa, le fue concedido el premio Nobel de la Paz el 10 de este mes, recargó las energías a quienes luchan contra la férrea oposición de los talibanes hacia la educación de las niñas.[pullquote]3[/pullquote]

Habitantes de esta región dijeron a IPS que cuando Malala sobrevivió al atentado contra su vida el 9 de octubre de 2012, la joven se convirtió en un ícono de la situación de terror que se apoderó de la existencia cotidiana en esta zona.

Al concederle  el premio de la paz más prestigioso del mundo, compartido con el indio Kailash Satyarthi, el Comité Nobel envió un firme mensaje a todas las personas que permanecen atrapadas en zonas donde la educación está subordinada a los peligros de un conflicto armado, según los expertos.

Muhammad Shafique, un profesor de la Universidad de Peshawar, la capital de Jyber Pajtunjwa, dijo a IPS que el premio a Malala arrojó “luz sobre la importancia de la educación”.

«Va a ser un factor de motivación para que los padres envíen a sus hijas de vuelta a la escuela», agregó.

Desde que los talibanes comenzaron a cruzar la frontera con Afganistán en 2001, tras la invasión y ocupación de Estados Unidos en ese país, los habitantes de estas zonas montañosas soportan todo el peso de las campañas extremistas para imponer un gobierno islámico a la población.

En el apogeo de su dominio en el valle de Swat, el Talibán destruyó 224 escuelas y privó a más de 100.000 niños y niñas de su educación entre 2007 y 2009.

Colegialas de Peshawar rezan por Malala Yousafzai. Crédito: Ashfaq Yusufzai/IPS
Colegialas de Peshawar rezan por Malala Yousafzai. Crédito: Ashfaq Yusufzai/IPS

En 2009, Malala, entonces de 12 años, comenzó a registrar las dificultades que tenía para acceder a la educación, mediante informes periódicos que publicaba el servicio urdu de la británica BBC desde su ciudad natal de Swat.

Su lucha tuvo eco en todo el norte de Pakistán, donde cientos de miles de jóvenes como ella vivían con el temor constante de las represalias por atreverse a continuar sus estudios.

En las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), por ejemplo, los edictos talibanes que prohíben las escuelas laicas porque presuntamente serían un “ardid” de Occidente para socavar al Islam, mantuvieron a la mitad de los niños y niñas en edad escolar fuera de las aulas.

A partir de 2004, los talibanes dañaron unas 750 escuelas, 422 de ellas dedicadas exclusivamente a las niñas, según una autoridad educativa de la región.

Las FATA tienen una de las tasas de matriculación más bajas del país, ya que solo 33 por ciento de los niños y niñas en edad escolar acceden a la enseñanza. En total, cerca de 518.000 niños no asisten a la escuela, según las cifras oficiales.

La tasa de deserción ascendió a 73 por ciento entre 2007 y 2013, mientras las familias huían de un distrito a otro para escapar de los talibanes. En la última ola de desplazamiento cerca de un millón de personas de la agencia de Waziristán del Norte abandonaron sus casas desde el 15 de junio y se refugiaron en la ciudad de Bannu, en Jyber Pajtunjwa.

Un informe de la Organización de las Naciones Unidas publicado en agosto concluyó que 98,7 por ciento de las niñas y 97,9 por ciento de los niños desplazados no recibían enseñanza alguna en los campamentos de refugiados.

Con una tasa de matriculación en la escuela primaria de 37 por ciento, Bannu está al borde de una crisis en la enseñanza, ya que 80 por ciento de sus edificios escolares están ocupados por refugiados.

De esta manera, el premio Nobel conferido a Malala afectó a miles de personas y dio nueva vida a la campaña por el derecho a la educación. Desde octubre de 2012, la matriculación en el valle de Swat subió dos por ciento, según el funcionario Maskeen Khan, de Swat.

«Esperamos un gran impulso después del premio», manifestó el funcionario a IPS.

Colegialas en una manifestación en Peshawar a favor de Malala Yousafzai. Crédito: Ashfaq Yusufzai/IPS.
Colegialas en una manifestación en Peshawar a favor de Malala Yousafzai. Crédito: Ashfaq Yusufzai/IPS.

Naila Ahmed, una estudiante de décimo grado oriunda de Waziristán del Norte y refugiada en Bannu, siente que su generación tuvo «mala suerte» al verse obligada a crecer sin educación.

Ahmed ve su desplazamiento como una «bendición oculta», ya que el traslado a Bannu le permitió inscribirse en una escuela privada por primera vez en muchos años.

Pero ella es una de las afortunadas. Pocos padres en esta región llena de talibanes pueden pagar el costo de la enseñanza privada, indicó.

Los padres de Yasmeen Bibi, de 13 años, no pueden asumir ese costo. «Esperamos que el gobierno se encargue de nuestra educación», dijo a IPS desde su casa improvisada en un campo de refugiados en Bannu.

“Le pedimos a Malala que gaste fondos para promover la educación en las FATA”, añadió en referencia al premio Nobel de la Paz, que equivale a 1,1 millones de dólares, compartido entre los dos beneficiados.

Sus palabras recuerdan la época inmediatamente posterior a la decisión de Malala de huir del país, cuando muchos en el valle de Swat y sus provincias circundantes se sintieron decepcionados por la personalidad en ascenso.[related_articles]

Algunos estuvieron de acuerdo con la afirmación de los talibanes de que la joven había «abandonado el Islam por la laicidad», al aceptar una oferta de vivir y estudiar en Gran Bretaña.

Sin embargo, en los últimos días se disiparon los malos sentimientos hacia Malala, que a sus 17 años es la ganadora más joven de un premio Nobel, y en su lugar quedó una especie de euforia colectiva tras el reconocimiento mundial a su valentía.

El 10 de octubre, las escuelas de niñas en todo Swat distribuyeron dulces y festejaron en las calles.

Una antigua compañera de Malala, Mushatari Bibi, aseguró que la noticia fue como «un rayo de esperanza» para las demás jóvenes, que corren peligro cada vez que salen de sus casas para ir a estudiar.

Algunos dicen que el premio Nobel, y la esperanza que provocó en la población, representa un desafío para la base misma del poder talibán, ya que ahora mucha gente sentirá la obligación de enfrentar a los extremistas que altera la vida de millones de personas desde hace más de una década.

Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga

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