El último clavo en el ataúd de la Primavera Árabe

El ejército egipcio bloquea el paso en una calle de El Cairo en febrero de 2011. Crédito: IPS/Mohammed Omer
El ejército egipcio bloquea el paso en una calle de El Cairo en febrero de 2011. Crédito: IPS/Mohammed Omer

Con la  absolución del expresidente egipcio Mohamed Hosni Mubarak se puso el último clavo en el ataúd de la llamada Primavera Árabe y los levantamientos por justicia, dignidad y libertad que sacudieron a Egipto y otros países del norte de África y Medio Oriente en 2011.

El juez Mahmud Kamel al-Rashidi y sus colegas en el tribunal que absolvieron al exmandatario el 29 de noviembre son, de hecho, un vestigio de la era Mubarak (1981-2011).

La justicia, el actual régimen militar encabezado por Abdel Fatah al Sisi  y los complacientes medios de comunicación egipcios fueron el telón de fondo de la decisión del tribunal, que revela cómo una revolución popular puede derrocar a un dictador, pero no a los círculos de poder enquistados en el régimen.

De hecho, ningún observador serio de Egipto se habría sorprendido con la absolución de Mubarak y sus colaboradores, acusados de matar a decenas de manifestantes pacíficos en la plaza Tahrir en enero de 2011, que sacaron del poder a Mubarak un mes después.

Los autócratas árabes en Egipto, Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos y otros países trabajaron sin descanso para acabar con cualquier vestigio de las revoluciones de 2011. Aprovecharon el sectarismo sangriento y la amenaza del terrorismo para deslegitimar las protestas populares y desacreditar las demandas de una verdadera reforma política.

La absolución de Mubarak le dio un sello oficial al intento del dictador egipcio de reescribir la historia.

Tras el golpe de Estado que derrocó en junio de 2013 al presidente Mohamed Morsi, que sigue en la cárcel por acusaciones falsas, los dictadores árabes alentaron a Al Sisi con miles de millones de dólares.

Aunque el fallo del tribunal no tuvo que ver con la aplicación de la ley, sino con la política y la contrarrevolución, la poco sorprendente decisión ofrece lecciones claves a la región y Estados Unidos.

Retirar a un dictador es más fácil que desmantelar a su régimen

Los regímenes autoritarios árabes, ya sean dinastías o repúblicas presidenciales, perfeccionaron el arte de la supervivencia, el amiguismo, la corrupción sistémica y el control de los posibles rivales. Utilizaron el islam para sus fines cínicos, instaron a los servicios de seguridad a silenciar a la oposición, y alentaron a los medios de comunicación complacientes a expresar el discurso del régimen.

Con el fin de controlar al Estado, los dictadores árabes de la región crearon sistemas judiciales favorables al régimen, fuerzas armadas y servicios de seguridad confiables y bien financiados, parlamentos obedientes, consejos de ministros receptivos y medios de comunicación flexibles y controlados.

Los autócratas también se aseguraron la lealtad mediante el clientelismo y las amenazas de represalias. El poder de elementos influyentes en los gobiernos está directamente vinculado al dictador.

La supervivencia del dictador y su régimen se basa en la suposición, profundamente arraigada, de que compartir el poder con el pueblo es perjudicial para el gobierno y la estabilidad del país. Este principio rigió la política en Egipto, Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos y varios países más desde que comenzó la Primavera Árabe.

Aunque el juez Rashidi tuvo la osadía de afirmar públicamente que la absolución de Mubarak «no tuvo nada que ver con la política», en realidad el fallo se debió a una decisión previamente ordenada por el régimen de Al Sisi para dar vuelta la hoja a la revolución del 25 de enero.

La dictadura es una forma arriesgada de gobierno

Si Al Sisi tiene razón en su interpretación del estado de ánimo popular, entonces los autócratas árabes recibirán la absolución de Mubarak con los brazos abiertos, en la creencia de que las protestas por la democracia y los derechos humanos serán, según un refrán árabe, como una “nube de verano que pronto se disipará».

Por ejemplo, el rey Hamad, de Bahrein, felicitó a Mubarak el día del fallo, según la agencia de noticias oficial de la nación insular del Golfo Pérsico.

Pero la mayoría de los estudiosos de la región creen que el apoyo que los dictadores árabes dan al régimen de Al Sisi es miope y carente de toda evaluación estratégica de la región.

Muchos opinan que la frustración popular con la intransigencia y la represión estatal llevarán a la radicalización y el aumento del terrorismo.

El ascenso del grupo extremista Estado Islámico es el último ejemplo de cómo la frustración popular, especialmente entre los musulmanes sunitas, puede impulsar a una organización terrorista.

Este fenómeno lamentablemente es evidente en Egipto, Bahrein, Siria, Iraq, Yemen, Libia, Argelia y otros países. Y como reacción a la resistencia popular, los regímenes de estos países respondieron con más represión y destrucción.

De hecho, Al Sisi y otros autócratas árabes no aprendieron aún la lección fundamental de la Primavera Árabe: no se puede obligar al pueblo a estar de rodillas para siempre.

La consecuencia de décadas de políticas equivocadas de Estados Unidos en la región

Concentrados en la política de Al Sisi hacia su pueblo, los autócratas árabes parecen menos atentos a la postura de Washington en la región de lo que han sido en las últimas décadas, en la creencia de que carece de rumbo y se ocupa en exceso de consideraciones tácticas.

Estados Unidos pronuncia elevados discursos en apoyo de los valores democráticos y los derechos humanos, pero luego los políticos estadounidenses se codean con los dictadores, lo que disminuye el respeto por ese país.

Aunque la absolución de Mubarak ya no ocupe los titulares de la prensa egipcia, la lucha de los pueblos árabes por los derechos humanos, el pan, la dignidad y la democracia continuará.

Al Sisi cree que Washington considera a Egipto un aliado fundamental en la región, sobre todo por su tratado de paz con Israel, y por lo tanto no le recortará la ayuda militar a pesar de su atroz historial en materia de derechos humanos. Sobre la base de esta creencia, El Cairo continúa ignorando las consecuencias de sus propias políticas destructivas.

Quizá sea hora de que Washington reexamine su postura hacia Egipto y reafirme su apoyo a los derechos humanos y las transiciones democráticas en el mundo árabe.

Si Estados Unidos tiene interés en contener el crecimiento del terrorismo en la región, en definitiva debe centrarse en las causas económicas, políticas y sociales que empujan a los jóvenes árabes musulmanes al extremismo violento.

Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no representan necesariamente las de IPS, ni pueden atribuírsele.

Editado por Kitty Stapp / Traducido por Álvaro Queiruga

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