El peligro de ser joven en El Salvador

Mural pintado por jóvenes artistas en el Centro Histórico de San Salvador. Crédito: Fernando Santillán/Pie de Página
Mural pintado por jóvenes artistas en el Centro Histórico de San Salvador. Crédito: Fernando Santillán/Pie de Página

Un hombre disfrazado de Charles Chaplin irrumpe en el centro de la capital de El Salvador y empieza a bromear con los transeúntes y comerciantes. El hombre trasforma la dinámica de un lugar donde la gente está acostumbrada a vivir entre pandillas y a la tensión de asaltos y asesinatos en sus calles. Cuando sale el imitador con bombín, la gente tiene que lidiar con un hombre de bigote kaiser pintado con lápiz que se mete con todos y del que todos se ríen. 

Desde hace siete meses en el segundo piso de un edificio de los años 30, en pleno centro de San Salvador, jóvenes se reúnen a pintar, cantar, recitar poesía y aprender idiomas.

“Este es un lugar donde normalmente te dicen que te van a matar”, reconoce un estudiante de la Universidad Nacional que asiste al lugar, refiriéndose al Centro Histórico.

Pero desde que Héctor Bigit, un salvadoreño de ascendencia palestina, decidió abrir el centro cultural Maktub arriba de su negocio de telas, justo en la calle que divide los territorios de las pandillas criminales  MS y Barrio 18, se abrió un espacio para que la gente tome clases de yoga, haga reuniones anarquistas o pláticas  feministas.

San Salvador es una de las capitales más peligrosas del continente. Los noticieros aquí publican con alarma que en los primeros meses del año superó a San Pedro Sula, en Honduras, en la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes, aunque en la última semana, sorpresivamente los 23 asesinatos diarios bajaron a la mitad.

“Los muchachos” como le llaman los salvadoreños a los pandilleros son una muestra de cómo los jóvenes son despojados hasta de los espacios lingüísticos. No cualquiera es “muchacho”, el apelativo solo se refiere a la gente que pertenece a una de las tres pandillas: Mara Salvatrucha, Barrio 18 Revolucionarios o Barrio 18 Sureños.

Portar cierto tipo de zapatos deportivos es una razón para que te maten, mientras el uso de tatuajes y la vestimenta es utilizada como pretexto para ser detenido arbitrariamente en cualquier parte de la ciudad por la policía o el ejército.

San Salvador es una ciudad donde hay toque de queda no declarado. A las 9:00 de la noche la gente deja de transitar por las aceras y son pocos los vehículos que recorren las calles.

Los pandilleros dominan la mayoría de las colonias (barrios) de la capital. Incluso la casa presidencial de El Salvador está ubicada dentro de territorio de la pandilla Barrio 18 Revolucionarios.

Así que la libertad para pasar de un barrio a otro depende de los “postes” o vigilantes que exigen el DUI (Documento de Identificación) a las personas, si la credencial comprueba que el domicilio del transeúnte es en el lugar lo dejan pasar, por el contrario si delata la pertenencia a otro sitio puede ser golpeado, asesinado o desaparecido.

“Estamos como en los años 80 cuando el ejército te pedía los documentos para poder andar en las calles”, dice un periodista local.

Aunque esto no ocurre en todos lados. La capital de El Salvador divide por alturas geográficas a las clases sociales. Las zonas más pobres están en cañadas “como favelas al revés”. Mientras que las familias adineradas viven en las colinas o en “burbujas” donde la gente va de su casa a su trabajo en automóvil y de regreso, y queda enajenada de los problemas de las pandillas.

Artistas locales de San Salvador, Enrico Monches (Talapo),  Alondra Marcos, Marcos Visual Fine Art, reunidos en el Café Maktub. Crédito: Fernando Santillán/Pie de Página
Artistas locales de San Salvador, Enrico Monches (Talapo), Alondra Marcos, Marcos Visual Fine Art, reunidos en el Café Maktub. Crédito: Fernando Santillán/Pie de Página

Juan, de 26 años, se ha librado dos veces de ser asesinado por las pandillas en los últimos dos años.  La primera por su habilidad para correr y la segunda porque lo reconoció un jefe de la pandilla de su barrio.

El joven nació fuera de la capital, pero por seguridad pide que no sea citado el lugar ni su nombre real. Cuando entró a estudiar comunicación en la Universidad Nacional  solo podía pagar el alquiler de un departamento entre las municipalidades de Ilopango y San Martín, en la periferia de la capital.

No conocía las reglas de las pandillas y tener el hábito de correr lo metió en el peor apuro de su vida: un día decidió probar una ruta nueva fuera del barrio y cruzó un territorio prohibido. Lo supo cuando fue cercado por tres pandilleros. Uno de ellos, un hombre vestido de civil que iba en una moto y le dijo que era policía, dio la orden de llevarlo a una casa.

“Yo he conocido casos similares donde a jóvenes se los llevan a casas donde físicamente los torturan, los matan, los desaparecen. Y uno de mis mayores miedos era que me desaparecieran, que me metan a una bolsa, o que me tiren y que no me encuentre mi familia. Si me matan que me maten de un balazo”, cuenta ahora.

Como pudo, se zafó de sus captores y corrió hasta una pequeña barranca que en el fondo tenía un canal de aguas negras, al que se arrojó y esperó. “Tomé una piedra, ¡imagínate! Te hacés violento. Pensaba: ‘si ellos me agarran, por lo menos voy a matar a uno’. Pero nadie llegó”.

Cuatro meses después, otros pandilleros los bajaron del autobús en su colonia y le preguntaron que si andaba armado. Él explicó que ahí vive y después de levantarle la playera quedó expuesto el tatuaje de la nota de Sol con unos labios que se hizo hace cuatro años, y que sus interrogadores interpretaron como un “18”.

“¿Vos sos pandillero, sos chavala?, si vos no sos nada, te vas a venir conmigo”, recuerda que le dijeron, antes de ser llevado a punta de pistola y entregado con la orden de: «llévatelo al zacatal y lo matás”.

Pero tuvo suerte, porque su verdugo lo reconoció y lo dejó libre y con vida. “Ándate, yo sé que de aquí sos, y si te pregunta aquél dile que yo te llevé y que ya te reconocieron, pero ándate”, le dijo.

Juan ahora vive en una zona residencial  donde su madre trabaja de empleada doméstica y dice: “Estos monstruos, los pandilleros, son creados por demonios más grandes, los que usan sacos y corbatas”.

El estigma de ser joven

Con más de seis millones de habitantes y con una extensión  más chica que la del estado mexicano de Tabasco, El Salvador, pertenece a una de las regiones más conflictivas del mundo. La crisis humanitaria y la violencia golpean principalmente a los jóvenes.  El Fondo de las Naciones Unidas Para la Infancia (Unicef) sacó en 2014 el informe “Ocultos a Plena Luz” donde clasifica a El Salvador como el país con más niños y jóvenes asesinados.

La Mara Salvatrucha y Los barrios 18 nacieron  en los años 80 en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, cuando El Salvador estaba en plena guerra civil. Las agrupaciones se conformaron principalmente de salvadoreños indocumentados con bajos salarios. Pero al término de la guerra en 1992, con los Acuerdos de Paz de Chapultepec, Estados Unidos incrementó las deportaciones de personas hacia un país arruinado por la guerra.

En 30 años las pandillas pasaron de pelearse con  bates a tener entrenamiento tipo guerrillero a las afueras de la ciudad con armas automáticas y explosivos. Tienen jóvenes en las universidades estudiando derecho penal para intervenir en casos judiciales y defender a sus compañeros. “Son como políticos, hablan de tregua, paz y diálogo”, dice un artista en el centro cultural Maktub.

“Si vos vivís ahí y sos joven: eres pandillero. Eso es lo que dice la gente”, completa Ricardo Alexander, residente de la colonia Majuclam.

William, vecino de la misma colonia y compañero en la Universidad Nacional de Alexander, afirma que cuando vas a  pedir trabajo a una empresa y  pones tu dirección replican: “no, a los de ahí no les damos trabajo”.

Cuando matan a un joven en una colonia conflictiva los vecinos se ahorran cualquier explicación diciendo “seguro era marero”, cuentan los jóvenes de 20 años.

Los dos jóvenes cantaron en el foro que se organizó en la Universidad Centroamericana (UCA) en El Salvador en el paso de la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia. Los dos pertenecen al Comité Juvenil de Expresión Hip-Hop, organización dedicada a la prevención de la violencia.

En la plática, hablan de un bailarín de break dance, B-boy Milo, como se hacía llamar Emilio Bolaños, que desapareció el mes pasado, cuando salía de dar una clase de baile a jóvenes en una parroquia. Break Dance Hip-Hop, donde participaba el bailarín, es una organización en contra de la violencia. Bolaños había sido detenido por la policía en varias ocasiones por su forma de vestir.

–¿Si los discriminan por la forma en que se visten por qué se siguen vistiendo así?

– Somos rebeldes, dicen entre risas.

Este artículo fue originalmente publicado en Pie de Página, un proyecto de Periodistas de a Pie financiado por Open Society Fundations. IPS-Inter Press Service tiene un acuerdo especial con Periodistas de a Pie para la difusión de sus materiales.

Supervisado por Estrella Gutiérrez

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