Refugiados de Yemen siguen atascados tras la frontera

Un hombre yemení cuida a un bebé en el campamento de Obock. Crédito: James Jeffrey / IPS
Un hombre yemení cuida a un bebé en el campamento de Obock. Crédito: James Jeffrey / IPS.

“¿La situación en Yemen era muy mala?” Las lágrimas se escapan por la abertura del velo negro de Gada. Después de más de un minuto en silencio, la joven yemení de 20 años, refugiada en esta localidad, aún no puede responder a la pregunta.

En 2015 la intensificación de los combates entre las fuerzas del gobierno y la insurgencia hutí en Yemen provocó un éxodo masivo entre los aproximadamente 27 millones de habitantes del país de la península arábiga. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados calcula que más de 2,4 millones de yemeníes huyeron de sus hogares y que 120.000 buscaron asilo en países vecinos, como Somalia y Yibuti.[pullquote]3[/pullquote]

En Yibuti algunos se establecieron en un campo de refugiados fuera de Obock, un pueblo en la costa del Cuerno de África. Aunque sus instalaciones son básicas, tiene una escuela que una misionera estadounidense fundó por su cuenta para brindarles educación a niños y niñas yemeníes.

«La educación es obviamente importante, y la escuela les ofrece a los padres un muy necesario respiro de sus hijos en el campo atiborrado, pero esto tiene que ver más con mostrarles a los refugiados que importan y tienen un futuro, que no están excluidos”, observó la misionera Marianne Vecchione, que pasó el último año en Obock.

Instalados en sencillas tiendas de campaña en el campamento, donde las temperaturas diarias superan habitualmente los 38 grados, hay yemeníes de todo el país y de todo los medios de vida, como pescadores pobres y profesionales de clase media relativamente acomodados.

«Lo tenía todo, un trabajo y una tienda de Internet, pero los rebeldes hutíes lo tomaron”, se quejó Saddam, un refugiado de 25 años oriundo de la ciudad de Alhodida. «La tienda valía probablemente 25.000 dólares. Mamá y papá siguen allí, mi hermana está en Taizz y tengo dos hermanos en el campo, pero no sé dónde está mi otro hermano. Está perdido”, añadió.

A pesar de todo, los refugiados procuran mantener el sentido del humor.

Con pocas oportunidades de esparcimiento, este niño yemení se divierte con un grupo de camellos. Crédito: James Jeffrey / IPS
Con pocas oportunidades de esparcimiento, este niño yemení se divierte con un grupo de camellos. Crédito: James Jeffrey / IPS

“Bienvenidos a la Edad Media», dice con una sonrisa Alí, de 22 años, mientras levanta una tela que funciona como puerta a un área cerrada, integrada por una pequeña zona central al aire libre con una carpa en cada extremo, donde él vive con su madre y cinco hermanos.

Dos de sus hermanos van a la escuela del campamento donde Alí es maestro voluntario. Su familia llevaba una vida mucho mejor en Saná, la mayor ciudad de Yemen, antes de que su padre muriera en un bombardeo que provocó la fuga de la familia, relató.

«Mi futuro solía estar en Yemen cuando tenía un padre con un ingreso», dice Issa, el hermano de 18 años de Alí. «Pero si volvemos tendremos que comenzar de cero. Antes dependíamos de nosotros mismos, ¿pero qué haremos ahora?», se preguntó.

El campamento de Obock llegó a albergar a 3.000 personas, pero ahora tiene a unas mil. Los refugiados comenzaron a volver a Yemen, a pesar de los combates.

«No hay nada como estar en casa», subraya una mujer en un grupo de refugiadas que hablan de las cosas que extrañan. «Incluso si estás en un lugar mejor, no se puede comparar con aquello donde pasaste tu infancia, con las tradiciones, los parques, las mezquitas y la cultura. Echamos de menos todo, el aliento y las olas de Yemen. Hasta extrañamos a los comerciantes, que eran parte de la vida diaria”, señaló.

Esta niña refugiada empuja una carretilla de basura en el campamento. Crédito: James Jeffrey / IPS
Esta niña refugiada empuja una carretilla de basura en el campamento. Crédito: James Jeffrey / IPS

En agosto, las negociaciones celebradas en Kuwait con el respaldo de la Organización de las Naciones Unidas para lograr la paz en Yemen resultaron infructuosas. Luego de los 90 días de conversaciones, la lucha entre el gobierno y la insurgencia se reanudó.

«¿Cuándo habrá paz? Tal vez en 30 años si la generación vieja se muere y los jóvenes son más pacíficos», opinó un yemení de 45 años, que en Yemen es el jefe de una tribu. «Los rebeldes llegaron de la nada y se apropiaron de todo, y mataron a mucha gente. Tienen que tener a alguien detrás, un gran apoyo para obtener todas esas armas», razonó.

Yemen es víctima de una guerra de poder librada entre Arabia Saudita, que apoya al gobierno, e Irán, que respalda a los rebeldes hutíes. Estos últimos, según varios refugiados en el campo, habrían cometido la mayor cantidad de atrocidades.

Vecchione cuenta cómo los escolares dibujan en clase casas bombardeadas, gente muerta y barcos atacados, ya que los refugiados huyeron por mar a Yibuti y fueron atacados por fuerzas de origen desconocido desde territorio yemení.

Muchos de los refugiados están profundamente traumatizados. «En el mundo de la asistencia humanitaria las cosas se hacen en función de los proyectos y programas, y no en función de la gente”, afirma Vecchione.[related_articles]

«De modo que el mundo de la asistencia puede olvidar que se está tratando con alguien que está traumatizada y que necesita cuidados especiales”, expresó.

Aunque a Yibuti se le critica por no hacer lo suficiente para ayudar al gran número de personas desempleadas y empobrecidas en su territorio, Vecchione indicó que el Ministerio de Educación cooperó con ella cuando llevó a dos grupos de estudiantes a la ciudad de Yibuti para que rindieran sus exámenes, lo que les permitió avanzar a la escuela secundaria.

«El gobierno tiene problemas, pero están mostrando el camino a nivel internacional” con respecto a los refugiados, aseguró Tom Kelly, el embajador de Estados Unidos ante Yibuti. «Han salvado miles de vidas. Se merece el crédito por abrir sus fronteras a personas que no tenían otro lugar a donde ir”, destacó.

Kelly informó que en total ingresaron 35.000 refugiados yemeníes a Yibuti, cuya población apenas supera los 820.000 habitantes.

A pesar de la grave situación de los refugiados, algunos acusan a Vecchione de intentar convertir al cristianismo a los alumnos musulmanes, aunque la escuela enseña el plan de estudios de Yemen, que incluye lecciones sobre el Corán y el Islam.

En un momento dado, la situación era tan tensa que sus jefes consideraron sacar a la misionera de Obock. Pero al final se quedó, y está convencida de que valió la pena. Dondequiera que vaya por el campamento o el pueblo se escuchan las voces de pequeños y adultos que llaman “¡Marianne! ¡Marianne!”.

Está claro que algunos refugiados aprecian lo que una voluntaria cristiana ha hecho por ellos, a pesar de las grandes diferencias culturales y religiosas que los puedan separar.

Traducido por Álvaro Queiruga

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