De lo mega a lo micro, transición democratizará energía en Brasil

Paneles solares para abastecer de energía a bombas de agua, la generación distribuida se abre camino en Brasil.
Placas solares generan la energía con que campesinos bombean el agua para irrigar sus huertos en Pintadas, en el nororiental estado de Bahia, en un proyecto volcado a la adaptación al cambio climático. Estos microproyectos, cercanos a las comunidades y sus necesidades, comienzan a hacerse un hueco en Brasil. Crédito: Mario Osava/IPS

La transición en materia de energía tiende a diseminarse por el mundo, pero será más contrastante en Brasil, al sustituir grandes centrales hidroeléctricas por microgeneradoras solares y decisiones gubernamentales por aquellas familiares y comunitarias.

“El futuro es solar, pero será un proceso difícil y lento, porque las empresas concesionarias de electricidad no aceptarán un nuevo papel, ante la pérdida de mercado. Las personas ya no serán meras consumidoras”, vaticinó Joilson Costa, coordinador del Frente por una Nueva Política Energética para Brasil (FNPEB).

Los datos actuales contradicen su previsión. La fuente hídrica sigue dominando la generación eléctrica brasileña, con 63,8 por ciento de la capacidad instalada en el país  y un total de 158.798 megavatios, según la Agencia Nacional de Energía Eléctrica (Aneel), el órgano regulador del sector.[pullquote]3[/pullquote]

Brasil posee tres de las seis mayores centrales hidroeléctricas del mundo, una de las cuales, Belo Monte, sobre el amazónico río Xingu, se inauguró en 2016. Su potencia  alcanzará 11.233 megavatios cuando se complete la entrada en operación de todas sus turbinas en 2019.

En esos megaproyectos ha centrado mayormente Brasil hasta ahora la transición energética, como se define la paulatina sustitución de los combustibles fósiles por otros ambientalmente más amigables.

La electricidad de fuente solar todavía se limita a 0,73 por ciento del total, lo que equivale a 1.164 megavatios, según los datos de Aneel que se refieren solo a 1.445 centrales, es decir plantas de empresas que usan placas fotovoltaicas como negocio energético, para venta al mercado, en la misma lógica de las hídricas o térmicas.

Pero son las micro o minigeneradoras para consumo propio en viviendas y empresas, las llamadas unidades consumidoras con generación distribuida, también conocida como descentralizada, las que presentan perspectivas de mayor crecimiento y transformación del sistema eléctrico en Brasil.

En ese rubro, en abril había un total de 26.620 unidades instaladas, 99,3 por ciento de fuente solar y el resto de hídrica, eólica o térmica, que incluye la biomasa. En total generan 317,7 megavatios, en una capacidad que está casi triplicándose anualmente.

La parte solar en la matriz eléctrica de Brasil subirá a 15 por ciento en 2024, estima la Aneel. Alcanzará el liderazgo en 2040 con 32 por ciento, la mayor parte generada en los techos residenciales, según informe de Bloomberg Energy de 2017.

Ese crecimiento explosivo, involucrando millones de viviendas, empresas y edificios públicos, exigirá, y seguramente forzará, la eliminación de barreras a su desarrollo, especialmente regulatorias.

En Brasil esas micro y minigeneradoras no pueden vender su electricidad, lamentó Costa, ingeniero electricista de formación. Sus kilovatios son incorporados a la red de distribución y se descuentan del consumo de la residencia, empresa o institución responsable, detalló a IPS.

Parte de la sala de turbinas de la central hidroeléctrica de Belo Monte, en el norteño estado brasileño de Pará, durante su etapa de construcción, concluida en 2016. Belo Monte, la tercera central hidroeléctrica el mundo, representa la despedida de Brasil de los megaproyectos en la generación de energía. Crédito: Mario Osava/IPS
Parte de la sala de turbinas de la central hidroeléctrica de Belo Monte, en el norteño estado brasileño de Pará, durante su etapa de construcción, concluida en 2016. Belo Monte, la tercera central hidroeléctrica el mundo, representa la despedida de Brasil de los megaproyectos en la generación de energía. Crédito: Mario Osava/IPS

Si hay excedentes, quedan como crédito para compensar en el consumo futuro. De esa forma, no producen ingresos como ocurre en Alemania y otros países europeos, en que la venta constituye “un estímulo más para impulsar la generación distribuida”, comparó Costa en su diálogo con IPS.

Contribuyen así al presupuesto familiar o empresarial al reducir costos.

“Apoyamos la energía solar por ser la de menor impacto social y ambiental entre todas las fuentes. Puede usar el espacio ocioso de los tejados, por eso luchamos por su incorporación a los programas habitacionales y al sector público”, predicó el activista.

La campaña “Energía para la vida” del FNPEB, una red de decenas de organizaciones sociales, reclama incentivos para la generación distribuida solar, como forma de “fortalecer el sistema eléctrico” y reducir la pobreza.

Una iniciativa considerada ejemplar por Costa fue la construcción, en Juazeiro, una ciudad del nororiental estado de Bahia, de dos conjuntos de “Mi casa mi vida”, programa habitacional oficial para familias pobres, con 9.144 paneles fotovoltaicos en las 1.000 viviendas.

La iniciativa de la Caixa Econômica Federal, un banco estatal con fines sociales, y la empresa privada Brasil Solair, destina 60 por ciento del producto a las 1.000 familias, 30 por ciento al condominio para mejorar la vida comunitaria con servicios e instalaciones y diez por ciento para la mantención de los equipos.

En este caso hay excedentes importantes, ya que se estima que la capacidad de 2,1 megavatios puede abastecer 3.600 viviendas, que pasan a la comunidad, incluso en forma de ingresos monetarios.

“Pero es una experiencia única, un proyecto piloto financiado por el Fondo Socioambiental de la Caixa, a fondo perdido, que opera como una minicentral”, explicó Costa.

Formalmente es la empresa la que vende la energía generada en los tejados arrendados para ese fin, en un “arreglo” que difícilmente es reproducible, según el activista, porque requiere donaciones y una empresa que se una al destino de la comunidad.

La solución que él propone es la creación de un fondo nacional para financiar la generación distribuida, con reembolso pero a largo plazo, de manera que el costo del préstamo no supere el ahorro logrado con la electricidad generada por el deudor.

Vista de la muralla de la central hidroeléctrica del mundo, Itaipu, compartida por Brasil y Paraguay en el fronterizo río Paraná, un ejemplo de megaproyecto que impulsó la dictadura militar brasileña en los años 70 y 80. En operación desde 1984, tiene un embalse de 1.350 kilómetros cuadrados y capacidad para 14.000 megavatios, solo superada por la china Tres Gargantas, de 22.400 megavatios. Crédito: Mario Osava/IPS
Vista de la muralla de la central hidroeléctrica del mundo, Itaipu, compartida por Brasil y Paraguay en el fronterizo río Paraná, un ejemplo de megaproyecto que impulsó la dictadura militar brasileña en los años 70 y 80. En operación desde 1984, tiene un embalse de 1.350 kilómetros cuadrados y capacidad para 14.000 megavatios, solo superada por la china Tres Gargantas, de 22.400 megavatios. Crédito: Mario Osava/IPS

“Soberanía energética” es otro beneficio de esas microgeneradoras, sostuvo. Con eso las familias, empresas y comunidades ganan poder de decisión, se evitan los daños sociales y ambientales de las grandes centrales hidroeléctricas.

La resistencia de los pueblos indígenas y ribereños, el alto costo de las compensaciones por los daños ambientales y sociales, además de la fuerte sequía en las cuencas que más generan electricidad y la recesión económica de los últimos años, interrumpieron la oleada de grandes centrales hidroeléctricas iniciada en la última década.

El fin de los megaproyectos

Posiblemente Belo Monte será el último megaproyecto del sector en Brasil, reconocieron autoridades y expertos energéticos, que siempre defendieron que los grandes ríos eran la fuente más propicia, más barata y sustentable para la electricidad nacional.

La crisis en el sector y la reducida generación hídrica en los últimos años fomentaron la creciente participación de los combustibles hidrocarburiferos en la matriz eléctrica brasileña, haciéndola más cara y contaminadora.

El avance de la energía solar podría interrumpir esa tendencia. “La generación distribuida tiene un efecto extremadamente positivo para el sistema eléctrico brasileño, que es distinto de todos los demás”, sostuvo Roberto Pereira D’Araujo, director del Instituto del Desarrollo Estratégico del Sector Eléctrico (Ilumina).[related_articles]

La singularidad del sistema eléctrico brasileño, DÁraujo y otros muchos expertos, es la elevada proporción de fuentes renovables con la que ya cuenta. A la hidroelectricidad se suman la biomasa de caña de azúcar y la eólica, para totalizar 80 por ciento de electricidad y 42 por ciento general de fuente renovable.

Eso incluye el transporte, por cuanto el país usa la mayor proporción del biocombustible etanol del mundo.

Otro elemento diferente es que el máximo consumo de electricidad en Brasil ocurre actualmente cerca de las 15:00 horas, no en el comienzo de la noche como antes.

En esa nueva realidad, el sol permite conservar agua en los embalses, favoreciendo la gestión de los reservatorios hídricos, explicó a IPS el especialista, ingeniero electricista y exfuncionario de una empresa estatal eléctrica.

La complementación entre hidroelectricidad y solar es más manejable que la de centrales termoeléctricas a combustibles petroleros pesados, los más usados en Brasil, que exigen más tiempo para activarse o desactivarse, apuntó.

La generación solar ocupa poco espacio, comparado con otras fuentes, y a largo plazo tiende a ser más barata, aunque no ahora. El gran problema será reorganizar todo el sistema, especialmente en la distribución, donde las empresas instaladas se resistirán con fuerza al cambio, concluyó D’Araujo.

Edición: Estrella Gutiérrez

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