La agroecología vence a escasez de tierra y agua en Brasil

Givaldo dos Santos junto a un árbol cargado de toronjas en el pomar de cítricos y otras frutas, que él y su mujer pueden cultivar gracias a la aplicación de tecnologías que les permite tener abundancia de agua para irrigar, pese a que su pequeña finca está en la ecorregión del Semiárido, en el nordeste de Brasil. Crédito: Mario Osava/IPS
Givaldo dos Santos junto a un árbol cargado de toronjas en el pomar de cítricos y otras frutas, que él y su mujer pueden cultivar gracias a la aplicación de tecnologías que les permite tener abundancia de agua para irrigar, pese a que su pequeña finca está en la ecorregión del Semiárido, en el nordeste de Brasil. Crédito: Mario Osava/IPS

“Ahora vivimos bien”, repite la pareja de Givaldo y Nina dos Santos, después de mostrar a otros agricultores visitantes su finca de solo 1,25 hectáreas en una zona semiárida del nordeste de Brasil, pero con gran variedad de árboles frutales, gracias a innovadoras soluciones hídricas y productivas.

Él tiene dos referencias para comparar. Comenzó su vida adulta en Río de Janeiro, en el sureste, donde hizo el servicio militar, se casó y tuvo tres hijos. Luego regresó a su tierra natal, donde no le fue fácil recomenzar su vida en una finca, en el municipio de Esperança, en el nororiental estado de Paraiba, con su nueva esposa, Maria das Graças, a la que todos conocen como Nina y con quien tiene una hija de 15 años.

“Salía a las cuatro de la madrugada a buscar agua. Caminaba 40 minutos con dos latas en los hombros, bajando y subiendo lomas”, recordó Givaldo, de 48 años.

Luego, en el año 2000, Caldeirão, su finca en parte heredada, pudo contar con su “primera agua”, gracias a una cisterna para acopiar agua de lluvia, ya potable.

La “segunda agua”, para la producción, llegó solo en 2011 por un “barreiro” (reservorio excavado en el suelo), al que se sumó dos años después una cisterna «calçadão” (terraza o azotea con declive para canalizar el agua de lluvia a un depósito cerrado), con capacidad para 52.000 litros.

“Ahora tenemos agua abundante, pese a la sequía en los últimos seis años”, celebróNina, de 47 años. El “barreiro” solo se secó una vez, hace dos años, y por poco tiempo, acotó.

El agua disponible permitió a la pareja densificar el pomar de naranjas, toronjas, mangos, acerolas o cerecitas (Malpighia emarginata) y cajás o jobos (Spondias mombin L, típica de las regiones del Norte y Nordeste de Brasil).

Con la financiación de un programa oficial de apoyo a la agricultura familiar y de la organización no gubernamental Asesoría y Servicios a Proyectos en Agricultura Alternativa (ASPTA), enfocada en la agroecología, la pareja adquirió una máquina para producir pulpa de frutas y un congelador para almacenarla.

“Cuando la venta de pulpa despegue, mejorará nuestros ingresos”, aseguró Givaldo. “Por ahora ganamos más con plantitas de naranja y limones, que se venden mejor porque duran más que otras frutas”, informó.

Además de servirles para almacenar agua, en el “barreiro” crían tilapias (Oreochromis niloticus) para consumo propio. Mientras, en el huerto, además de árboles frutales cultivan hortalizas, cuya producción van a incrementar con un pequeño invernadero que acaban de construir, para sembrar tomates, cilantro y otras verduras destinadas a la venta, contó entusiasmada la mujer.

Joelma Pereira cuenta a visitantes centroamericanos y brasileños las muchas prácticas sostenibles que han mejorado la producción de su finca familiar, en una terraza, ahora techada, cuya inclinación facilita captar el agua de lluvia, acopiada en un depósito de 52.000 litros, que se usa para abrevar a los animales e irrigar los cultivos, en Cumaru, en el semiárido nordeste brasileño. Crédito: Mario Osava/IPS
Joelma Pereira cuenta a visitantes centroamericanos y brasileños las muchas prácticas sostenibles que han mejorado la producción de su finca familiar, en una terraza, ahora techada, cuya inclinación facilita captar el agua de lluvia, acopiada en un depósito de 52.000 litros, que se usa para abrevar a los animales e irrigar los cultivos, en Cumaru, en el semiárido nordeste brasileño. Crédito: Mario Osava/IPS

Amplían la diversificación de las actividades productivas en su pequeña propiedad con un fogón ecológico, que les permite hacer tortas y ahorrar gas doméstico consumiendo poquísima leña, la  producción de abono con el estiércol de algún becerro que venden cuando alcanza el peso adecuado, y el almacenamiento de semillas criollas.

Sus límites los definen cercas de gliricidias (Gliricidia sepium), un árbol nativo de México y América Central, donde se le llama cocoite, madre de cacao y madero negro, que ofrece buena alimentación animal. La familia Dos Santos espera que sirvan de barrera a los agroquímicos usados en las fincas vecinas, sembradas de maíz.

Hace tiempo la pareja abandonó la cría de gallinas, que vendían a buen precio por su alimentación natural. “Tuvimos 200, pero las vendimos todas, porque ocurren muchos robos acá. Por una gallina se puede perder la vida”, explicó Givaldo.

La producción orgánica, diversificada e integrada al aprovechamiento hídrico, convirtió su pequeña propiedad en una vitrina de ASPTA de la virtuosa convivencia con el clima de la ecorregión del Semiárido brasileño.

Por ello son frecuentes las visitas. “Una vez recibimos 52 personas”, se asombró el marido.

En la última semana de junio la pareja recibió 20 visitantes de El Salvador, Guatemala y Honduras, la mayoría campesinos, en un intercambio promovido por la Organización de Naciones Unidas para Alimentación y Agricultura (FAO) y la brasileña Articulación del Semiárido (ASA), una red de 3.000 organizaciones sociales, una de ellas ASPTA.

Otra experiencia visitada durante el intercambio, que acompañó IPS, fue la de Joelma y Roberto Pereira, en el municipio de Cumaru, en el también nororiental estado de Pernambuco. En su finca ya han construido incluso un techo sobre la terraza inclinada que recoge el agua de lluvia, para celebrar allí las reuniones.

La pareja de Givaldo y Nina dos Santos, junto a la pequeña máquina para extraer pulpa de las frutas que cultivan y el congelador donde la conservan en unidades listas para la posterior venta, en su finca del municipio de Esperança, en el nororiental estado brasileño de Paraiba. Crédito: Mario Osava/IPS
La pareja de Givaldo y Nina dos Santos, junto a la pequeña máquina para extraer pulpa de las frutas que cultivan y el congelador donde la conservan en unidades listas para la posterior venta, en su finca del municipio de Esperança, en el nororiental estado brasileño de Paraiba. Crédito: Mario Osava/IPS

Tres cisternas de agua potable y una para la producción, un biodigestor que extrae mucho más gas de lo que consume la familia, un sistema de producción de biofertilizantes líquidos, otro de compostaje, un pequeño semillero, la siembra de nopal (Nopalea cochinilifera) y otras plantas forrajeras se apretujan en solo media hectárea.

“Compramos esta media hectárea en 2002, a un tío que criaba vacunos y dejó el suelo pisoteado y solo dos árboles. Ahora se ve todo verde”, contó Joelma, que tiene tres hijos con más de 20  y vive rodeada de familiares, incluido su padre, de 65 años, que nació y permanece en la comunidad local, Pedra Branca, parte de Cumaru.

Luego la pareja adquirió otras dos fincas, de dos y cuatro hectáreas, a solo unos cientos de metros, donde crían vacas, ovejas, cabras y cerdos. Queso, mantequilla y otros derivados lácteos son, junto con la miel, los productos que más ingresos dejan a la familia.

El laboratorio agroecológico sigue en la primera finca, que cuenta también con gallineros y un baño seco, construido sobre rocas, para aprovechar las heces humanas como abono y “ahorrar agua”.

“Reaprovechamos 60 por ciento del agua usada en la cocina y el baño, que pasa por el bioagua (sistema de filtración) antes de usarse para irrigación”, añadió Joelma, en su casi interminable lista de prácticas sostenibles de la finca.

El biodigestor de Joelma (en la imagen) y Roberto Pereira, agricultores familiares de Cumaru, en la ecorregión del Semiárido, en el nordeste brasileño. Es uno de los 23 biodigestores donados por Cáritas Suiza a campesinos brasileños. Con dos metros de diámetro, usa los detritos de cinco vacas para producir más del doble de biogás del consumo familiar. Crédito: Mario Osava/IPS
El biodigestor de Joelma (en la imagen) y Roberto Pereira, agricultores familiares de Cumaru, en la ecorregión del Semiárido, en el nordeste brasileño. Es uno de los 23 biodigestores donados por Cáritas Suiza a campesinos brasileños. Con dos metros de diámetro, usa los detritos de cinco vacas para producir más del doble de biogás del consumo familiar. Crédito: Mario Osava/IPS

Todo empezó hace muchos años, cuando el marido se convirtió en constructor de cisternas y ella conoció “tecnologías” promovidas por el no gubernamental Centro de Desarrollo Agroecológico Sabiá, en el vecino municipio de Bom Jardim. Sabiá es el nombre de un pájaro y de un árbol que simbolizan la biodiversidad.

En su semillero sobresalen algunas plantitas de tabaco. “Es para hacer insecticida natural, igual que otras plantas con mal olor”, explicó.

“Joelma es una referencia importante porque incorporó el sistema agroforestal y un conjunto de valores en sus prácticas”, realzó Alexandre Bezerra Pires, coordinador general del Centro Sabiá, para justificar la visita de los productores centroamericanos a su propiedad.

“Los intercambios con Centroamérica y África son una oportunidad fantástica de impulsar la cooperación, fortalecer lazos y ayudar a otros países. La idea de convivir con el Semiárido (lema de ASA) sorprendió los centroamericanos”, concluyó.

El biodigestor es la tecnología de “mayor interés para Guatemala, donde se usa mucha leña”, evaluó Doris Chavarría, técnica territorial de FAO en ese país centroamericano. Sacar pulpa de frutas que se aprovechan poco por ser estacionales y diversificar las formas de preparar el maíz, son ideas que le parecieron interesantes para trasplantar allí.

“No tenemos recursos, el gobierno no ayuda, la única institución que nos apoya es la FAO”, lamentó la productora guatemalteca Gloria Diaz, tras observar que los campesinos brasileños cuentan con apoyo de variadas organizaciones no gubernamentales.

A la salvadoreña Mariana García le impresionaron la “bonita diversidad de hortalizas” que cultivan los brasileños y “las ferias a 130 kilómetros, una oportunidad para vender a mejores precios, de transporte caro, pero que se abarata al ir juntos”.

Se refería así a agricultores familiares de Bom Jardim que venden sus productos en Recife, capital del estado de Pernambuco, con 1,6 millones de habitantes.

Edición: Estrella Gutiérrez

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