Contra viento y marea, indígenas generan su energía en Guatemala

Un asentamiento indígena en el noroeste de Guatemala fue el primero de los cuatro de la zona que pasó a generar su propia electricidad empujado por la necesidad, dado que el Estado no lleva hasta esta remota región servicios públicos básicos.
El indígena ixil Diego Matom posa satisfecho junto a su familia, rodeado de panes recién horneados, gracias a generación comunitaria de electricidad, que ha mejorado notablemente su negocio, en la comunidad 31 de Mayo, en la montañosa ecorregión de Zona Reina, en el noroeste de Guatemala. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

En medio de un calor infernal, el guatemalteco Diego Matom saca del horno las bandejas de pan y las coloca con cuidado en repisas de madera, contento de que su negocio haya prosperado desde que su comunidad pasó a generar su propia electricidad.

Y lo logó contra viento y marea, enfrentándose incluso a los poderes empresariales y municipales.

“Antes la panadería funcionaba con un horno a gas, pero era muy alto el costo porque el horneado llevaba mucho tiempo, ahora todo es más rápido y más barato”, explicó Matom a IPS, una vez acabada la faena, rodeado de sus panes de harina de trigo recién horneados.

Matom, un indígena ixil de 29 años, reside en la aldea 31 de Mayo, localizada en la ecorregión de Zona Reina, dentro del municipio de Uspantán, en el noroccidental departamento de Quiché, en Guatemala.

El asentamiento, a unos 300 kilómetros al norte de la capital, fue el primero de los cuatro de la zona que construyó su propia central hidroeléctrica, empujado por la necesidad, dado que el Estado no lleva hasta esta remota región servicios públicos básicos.

En ella no hay suministro de agua potable por tubería y los servicios médicos y educativos son muy escasos, como sucede en muchas áreas rurales de esta nación centroamericana de 17,3 millones de habitantes.

En las comunidades de Zona Reina, el agua para el consumo humano proviene de los manantiales encaramados en las montañas que circundan las aldeas, que se almacena en tanques y desde ellos se traslada por tuberías.

La central de 31 de Mayo, llamada Luz de los Héroes y Mártires de la Resistencia, consta de una turbina que genera una potencia de 75 kilovatios (kW), movida por las aguas del río Putul, dirigidas por un canal de concreto de dos kilómetros a un tanque de carga de 40 metros cúbicos.

Desde ahí, el agua baja con la suficiente presión hasta mover la turbina en la sala de máquinas.

El nombre de la aldea rememora la fecha en que unas 400 familias ixiles y quichés fueron reasentadas en el lugar por el gobierno en 1998, tras finalizar la guerra civil  (1960-1996).

Esas familias formaban parte de las llamadas Comunidades de Población en Resistencia, que durante el conflicto interno tuvieron que huir a las montañas debido a la represión del ejército, que las consideraba bases de la guerrilla.

Una vez reasentadas, cada familia recibió una pequeña parcela de tierra, que han venido cultivando con maíz y, sobre todo, cardamomo (Elettaria cardamomum), del que Guatemala es el mayor productor mundial y uno de los grandes exportadores.

Siguiendo el ejemplo de 31 de Mayo, otras tres comunidades de Zona Reina se esforzaron para autoabastecerse de electricidad, en momentos diferentes: El Lirio (mayo de 2015), La Taña (La Taña (septiembre de 2016) y La Gloria (noviembre de 2017).

La casa de máquinas de la minicentral hidroeléctrica de la comunidad 31 de Mayo, que provee de energía a unas 500 familias y ha servido de modelo para que la autogeneración mediante represas comunitarias se extienda por la ecorregión de Zona Reina, en el municipio de Uspantán, en el noroeste de Guatemala. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
La casa de máquinas de la minicentral hidroeléctrica de la comunidad 31 de Mayo, que provee de energía a unas 500 familias y ha servido de modelo para que la autogeneración mediante represas comunitarias se extienda por la ecorregión de Zona Reina, en el municipio de Uspantán, en el noroeste de Guatemala. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

A diferencia de las represas de gran escala, que suelen utilizar 100 por ciento del caudal de los ríos, las comunitarias solo usan 10 por ciento, con lo cual se mantiene el flujo normal y se evita que las comunidades se queden sin agua río abajo.

Las cuatro miniplantas hidroeléctricas abastecen a las cuatro aldeas donde están ubicadas y a otras cinco vecinas con las que comparten su autogeneración,  con lo que benefician a un total 1.000 familias. Pero aún falta mucho por hacer para favorecer el acceso a la energía en toda la Zona Reina, donde están establecidas 86 comunidades.

Pero el ejemplo cunde y ya hay otro proyecto aprobado para otras ocho aldeas, en la vecina ecorregión  de Los Copones, que compartirán la energía generada con otros 11 asentamientos vecinos. Este plan cuenta con 1,25 millones de dólares aportados por la cooperación alemana.

La población en Zona Reina es mayoritariamente indígena, compuesta principalmente  por los q’eqch’is, aunque conviven otros pueblos, como el ixil, todos pertenecientes a la cultura maya.

“Con esta luz ya podemos hacer lo que queramos, los niños solo llegan de la escuela a conectar sus computadoras y hacen sus trabajos”, comentó Zaida Gamarro, de 31años, residente de La Taña.

Antes la vida era más difícil porque en la noche se iluminaban con velas o candiles para los que había que comprar regularmente querosén, contó Gamarro a IPS durante su recorrido por las aldeas con represas comunitarias,  enclavadas en una zona montañosa por la que se transita solo con vehículos rústicos.

También han surgido varios emprendimientos como la panadería de Matom, pero además hay talleres de mecánica, de carpintería y varias tiendas que ahora pueden tener aparatos de refrigeración.

“El negocio va bien, pues estamos ubicados en la calle principal, y siempre buscan nuestros productos refrigerados”, comentó José Ical, de 38 años, oriundo de La Gloria y propietario de una pequeña tienda de productos básicos.

Esos esfuerzos pudieron materializarse gracias al financiamiento de cooperantes europeos y al trabajo que localmente desarrolló el colectivo ecologista MadreSelva, encargado de diseñar y ejecutar los proyectos de micro hidroelectricidad.

Las familias pagan un promedio de 30 quetzales mensuales por el consumo de energía (unos cuatro dólares), un costo menor al que pagan las familias de los municipios cuya electricidad es suministrada por las empresas concesionarias.

Autogeneración contracorriente

La idea de que los propios habitantes de la zona produzcan su energía chocó con fuertes intereses de consorcios internacionales y con la apatía y el rechazo de alcaldes aliados con esos grupos, dijeron los entrevistados en las comunidades.

Un hombre muestra el tanque de carga, de 27 metros cúbicos, del sistema hidroeléctrico comunitario de La Taña, uno de los cuatro ya instalados en una montañosa y aislada región poblada mayoritariamente por indígenas, en el noroccidental departamento de Quiché, en Guatemala. Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Un hombre muestra el tanque de carga, de 27 metros cúbicos, del sistema hidroeléctrico comunitario de La Taña, uno de los cuatro ya instalados en una montañosa y aislada región poblada mayoritariamente por indígenas, en el noroccidental departamento de Quiché, en Guatemala. Crédito: Edgardo Ayala/IPS

Concretamente, acusaron a la compañía transnacional italiana Enel Green Power, que gestiona en la zona el Proyecto Hidroeléctrico Palo Viejo, de mantener una campaña de desprestigio contra las represas comunitarias.

Una central hidroeléctrica comunitaria, subrayaron, va en contra de la lógica empresarial de ganarse las concesiones otorgadas por el Estado y ser proveedores exclusivos de esos servicios.

La empresa, agregaron, maniobró para dividir a la comunidad 31 de Mayo y que unas 100 familias abandonaran el proyecto y así debilitarlo, por medio de un evangelista pentecostés sudafricano, Gregorio Walton, quien anduvo ofreciendo paneles solares a quienes se salieran de la iniciativa comunitaria.

“Hay mucha manipulación por parte de Enel, quiere hacer creer que el proyecto comunitario no funciona, que solo la compañía puede dar buena electricidad”, afirmó Regina Ramos, de la comunidad 31 de Mayo.

IPS intentó conocer de representantes de Enel Green Power su versión de los hechos, pero no hubo respuesta a su solicitud.[related_articles]

“No queremos a empresas como Enel, solo vienen a destruir nuestros ríos y no dejan nada en la comunidad”, acotó Max Chaman Simac, presidente de la Asociación Amaluna Nuevo Amanecer, de La Taña.

La central Palo Viejo, de Enel, entró en operaciones en marzo del 2012, con una capacidad de 85 megavatios (MW), y con ella son ya cinco las plantas hidroeléctricas que el consorcio posee en Guatemala. En total, en Europa y América operan 640 plantas.

Los habitantes de estas aldeas sostuvieron que ese consorcio logró entrar a la región gracias a la licencia que le otorgó el entonces alcalde de Uspantán, Víctor Hugo Figueroa.

“Él fue parte de una estrategia de domino territorial, a favor de proyectos extractivos”, dijo a IPS uno de los  miembro de MadreSelva, José Cruz.

Florecen otros proyectos

Mientras tanto, el colectivo MadreSelva ha buscado desarrollar proyectos agroecológicos que ayuden a conservar los ecosistemas, sobre todo en las cuencas hidrográficas, y al mismo tiempo generar ingresos económicos para las familias.

Aprovechando la organización montada a partir de los proyectos de energía, se ha logrado aglutinar a un grupo de mujeres que trabajan en la elaboración de champús y jabones ecológicos, fabricados a base de plantas, ceniza, sal y otros productos caseros.

De ese modo, las familias ahorran dinero, pero también algunas mujeres han comenzado a comercializarlos.

“Estamos fomentando los huertos caseros, que incluyan estas plantas, como limón, romero, manzanilla, etcétera, aparte de las verduras que siempre se cultivan”, explicó a IPS la activista Mercedes Monzón, a cargo de esos proyectos por parte de Madre Selva.

Otra iniciativa en esa dirección es la producción de consomés naturales, a base de romero, albahaca, eneldo, perejil y otras hierbas aromáticas, y evitar la compra de esos productos, cuyos envoltorios traen polución a la zona.

Edición: Estrella Gutiérrez

 

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