La exclusión sigue marcando la educación en todo el mundo

Una niña de Timor-Leste muestra la plataforma en línea que utilizará para estudiar mientras su escuela está cerrada debido a la pandemia covid-19. La Unesco aboga por incluir a todos los niños, niñas y jóvenes bajo una consigna: "Todos significa todos". Foto: Bernardino Soares/Unicef
Una niña de Timor-Leste muestra la plataforma en línea que utilizará para estudiar mientras su escuela está cerrada debido a la pandemia covid-19. La Unesco aboga por incluir a todos los niños, niñas y jóvenes bajo una consigna: "Todos significa todos". Foto: Bernardino Soares/Unicef

La educación en todo el mundo permanece signada por la exclusión que afecta sobre todo a los pobres, las minorías y las mujeres, y esa marca se agrava con la pandemia covid-19, señaló un informe de la situación divulgado este martes 23 por la Unesco.

El dato más voluminoso es que hay 258 millones de niños y jóvenes totalmente fuera del sistema educativo y la pobreza fue el principal obstáculo para su acceso, según el estudio de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).

De ellos, 93 millones (31 por ciento de población en edad escolar) están en África subsahariana, 94 millones en Asia meridional y central (21 por ciento), 33 millones en Asia oriental y sudoriental (nueve por ciento), 15 millones en África del norte y Asia occidental (17 por ciento), y casi 12 millones en América Latina y el Caribe.

De la población no escolarizada, 15 por ciento son niños y niñas con discapacidades.

La aparición de la pandemia y el consiguiente cierre de escuelas dejó a 40 por ciento de los países con ingresos bajos y medios-bajos sin apoyos para los alumnos desfavorecidos, según el informe, que aboga por la inclusión bajo el lema “Todos significa todos”.

La pobreza “incide en la asistencia, la finalización y las oportunidades de aprendizaje”, sostiene el texto, y muestra algunas disparidades.

En 65 países de ingresos bajos y medianos, la diferencia en las tasas de asistencia entre el 20 por ciento más pobre y el 20 por ciento más rico de los hogares era de nueve puntos porcentuales para los niños en edad de asistir a la escuela primaria.

Para los adolescentes en edad de acudir al primer ciclo de secundaria la diferencia era de 13 puntos, y de 27 para los jóvenes en edad de asistir al segundo ciclo de secundaria.

En todas las regiones, excepto en Europa y América del Norte, por cada 100 adolescentes del 20 por ciento de hogares más ricos que estudiaron y completaron el primer ciclo de secundaria, concurrieron a cursarlo 87 muchachos del 20 por ciento más pobre, pero solo 37 lo terminaron.

El segundo ciclo de secundaria lo terminan 18 jóvenes de los sectores más pobres por cada 100 de los sectores más ricos, y en 27 países del Sur para los que se dispuso de datos, prácticamente ninguna joven pobre de zonas rurales termina ese ciclo.

La directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, destacó que “es imperativo avanzar hacia una educación más inclusiva” y resaltó la necesidad de “repensar el futuro de la educación, especialmente tras las desigualdades que ha puesto de manifiesto la covid-19”.

Menos de 10 por ciento de los países del mundo poseen leyes que garanticen la plena inclusión en la educación.

Por ejemplo, en América Latina y el Caribe, 29 por ciento de escuelas no han hecho cambios para admitir estudiantes con discapacidades, solo siete países reconocen oficialmente al lenguaje de señas, y en Brasil, México y Perú persisten rasgos de desigualdad por el origen indígena de los alumnos.

Algunos países de África prohíben la escolarización de las niñas embarazadas, 117 naciones permiten matrimonios infantiles y 20 aún no ratifican el convenio de la Organización Internacional del Trabajo que proscribe el trabajo infantil.

En los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los más industrializados, “más de dos tercios de los estudiantes de origen inmigrante asisten a escuelas en las que representan por lo menos la mitad de la población estudiantil, lo que reduce sus posibilidades de éxito académico”.

En Asia, los estudiantes de grupos desplazados, como los rohinyá, aprenden en sistemas educativos paralelos, y en varios países de Europa central y oriental los niños romaníes son segregados en las escuelas normales.

Según el informe, “a menudo los sistemas educativos no consideran las necesidades especiales de los alumnos y, a nivel global, las escuelas están más interesadas en obtener acceso a internet que en atender a los alumnos con discapacidades”.

La inclusión no solo es un imperativo moral, recuerda el estudio, sino que “aporta beneficios, porque una educación inclusiva planificada e impartida de forma cuidadosa puede mejorar los logros académicos, el desarrollo social y emocional, la autoestima y la aceptación de los compañeros”.

El informe evoca los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y una de las metas del ODS 4 que pauta para el año 2030 “eliminar las disparidades de género en la educación y asegurar el acceso igualitario a todos los niveles de la enseñanza y la formación profesional para las personas vulnerables, incluidas las personas con discapacidad”.

La Unesco reconoce que “el paso a la inclusión no es fácil” y recomienda, en primer lugar “entender la educación inclusiva de manera más amplia: incluir a todos los educandos, independientemente de su identidad, origen o capacidad”.

Luego, “centrar la financiación en los que se han quedado atrás” pues “la inclusión no existe cuando millones de personas no tienen acceso a la educación”.

A continuación recomienda compartir competencias y recursos, la cooperación entre ministerios y niveles gubernamentales y dejar espacio para que sectores no gubernamentales cuestionen y colmen lagunas.

Se debe también “preparar, empoderar y motivar al personal educativo: todos los docentes deben estar preparados para enseñar a todos los educandos” y consultar a las comunidades y los padres pues “la inclusión no se puede imponer desde arriba”.

A-E/HM

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