Premios Nobel y líderes mundiales expresaron su honda preocupación porque la crisis mundial desatada por la pandemia de covid-19 no se haya tomado como una oportunidad para romper los inmorales niveles de desigualdad, y las poblaciones más vulnerables, especialmente los niños, estén particularmente desprotegidos ante los impactos del coronavirus.
Los cuatro hijos de Regina Njagi, de entre 11 y 17 años, no han tenido oportunidad de seguir aprendiendo en forma digital desde que las aulas se cerraron en Kenia para contener la pandemia de covid-19, a comienzos de marzo, y en consecuencia esta maestra perdió su puesto en una escuela privada de la ciudad de Kagongo.
En 2013, Alice Wahome intentó por tercera vez ganar una banca como diputada en Kendara, un distrito del condado de Murang'a, en el centro de Kenia. Típico de la política rural, era un terreno dominado por hombres, donde ninguna mujer había ocupado nunca el escaño legislativo en su circunscripción.
Ida Njeri era una funcionaria con acceso a una Sociedad Cooperativa de Ahorro y Crédito (Sacco) a través de su empleador, cuando comenzó a interesarse por los préstamos de la institución para adquirir tierras en Ruiru, en el centro de Kenia, junto con su esposo, un consultor privado en el sector de la comunicación.
Fue solo cuando Eva Muigai, de 17 años, estaba en el último trimestre que su familia descubrió que estaba embarazada. Muigai, una estudiante que vive con su familia en Gachie, en el centro de Kenia, había logrado disimular su gestación vistiendo ropa amplia.
Se espera que las chicas del grupo étnico pokot, en Kenia, se enfrenten al cuchillo con que van a cortar sus genitales completamente desnudas y solo revestidas con su coraje. Para inspirar confianza, sus padres se sientan a pocos metros de ellas con una lanza en la mano.
Hace seis años, Mary Njambi recibió la noticia de una oportunidad de trabajo única en la vida, lejos de su aldea en el corazón del condado de Kiambu, en el centro de Kenia. Tenía 20 años, era madre soltera y carecía de trabajo.
Las advertencias de vientos fuertes, olas muy elevadas y visibilidad reducida a lo largo de la costa de África oriental son cada vez más comunes.
Los campesinos que viven en las estribaciones del monte Kenia tienen una creencia: si queman el bosque, vendrán las lluvias.
Es una imagen de resistencia que se volvió viral en el mundo. Alaa Salah, una joven estudiante sudanesa de 22 años, vestida con un blanco “thobe (túnica tradicional)”, de pie sobre el techo de un automóvil con una multitud cautivada rodeándola mientras todos coreaban con ella “al thawara”, revolución en árabe.
En unos días, los principales actores y expertos en economía azul se reunirán en Nairobi para la primera Conferencia Mundial sobre Economía Azul Sostenible en un contexto de gran expectativa.
Hace menos de ocho meses, Mary Auma y sus tres hijos, vivían en una habitación de un asentamiento informal en Ahero, en la región keniata de Nyanza. Pero su vida cambió en febrero, cuando logró ahorrar 1.500 dólares para comprar un pequeño terreno de menos de media hectárea y dos vacas.
En el marco del 73 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, de las reuniones más importantes del mundo, especialistas subrayan que vale la pena remarcar el papel que las mujeres desempeñan en asuntos de paz, seguridad y desarrollo sostenible.
Cada vez más países africanos se vuelcan a la economía azul, que ofrece soluciones a las necesidades más acuciantes que presenta el desarrollo, en particular la extrema pobreza y el hambre.
El keniata Joshua Kiragu recuerda la época en que dos hectáreas le bastaban para llenar por lo menos 40 sacos de maíz. Pero eso fue hace 10 años, ahora apenas si logra llenar 20 del pequeño terreno que le quedó de menos de una hectárea.
Ante la falta de esfuerzos concertados para generar conciencia sobre los peligros de las aflatoxinas para los humanos y los animales domésticos, los avances tecnológicos para su detección precoz en cereales y semillas, como las de maíz, no lograrán nada por sí solos, alertan especialistas.
Cada vez más países africanos padecen una creciente inseguridad alimentaria debido a que la falta de lluvias y las plagas, como el último brote del cogollero del maíz africano, amenazan con instalar una grave crisis.