Una veintena de comunidades costeras de El Salvador le apuestan al desarrollo sostenible como una forma de vivir sin sobreexplotar los recursos naturales, menguados por años de falta de conciencia ambiental y desidia gubernamental, usando como instrumentos desde las cocinas ecológicas a la reforestación de los manglares.
San Salvador ha debido enfrentar, a lo largo de su historia, el peligro de deslizamientos de tierra, lodo y rocas que han bajado de las laderas del volcán a cuyos pies fue fundada en 1525.
En esas laderas, inclinadas en extremo, no se logra infiltrar toda el agua de lluvia y esta, como en un efecto de bola de nieve, va desprendiendo tramos de tierra hasta producir aluviones que ya han causado muerte y destrucción en la capital de El Salvador y en sus ciudades aledañas.
Nadie murió de hambre en la peor sequía en la ecorregión del Semiárido de Brasil, vivida entre 2011 y 2018, contrastando con el pasado en que la escasez de lluvias provocaba muertes, saqueos de comercios, huidas masivas hacia el Sur y cruentos conflictos.
Los habitantes de Potrerillos, un caserío localizado en el noreste de El Salvador, trabajaron duro para lograr algo que muchos dudaban podían realizar: aprovechar las aguas del río Carolina para instalar una minicentral hidroeléctrica comunitaria, que les abastece de energía barata y en forma sostenible.
“Antes era engorroso, almorzaba con las moscas”, recuerda entre risas Pedro Colombari, en su hacienda de 400 hectáreas donde engorda 5000 cerdos y cría 400 vacunos en un pequeño municipio del sur de Brasil.
“Es el doblete ideal”, porque la combinación entre la fuente solar y la del biogás permite proveer electricidad todo el tiempo, una de día y otra en la noche, celebra Anelio Thomazzoni, un porcicultor convertido en productor de energía limpia en el suroeste de Brasil.
Los rayos del sol también sirven para cocinar alimentos y, con ello, sustituir la quema de leña y gas, mejorar la salud de los usuarios y fomentar la transición energética hacia el uso de fuentes renovables. En México, el sureño estado de Oaxaca es el escenario de un emprendimiento que persigue esos objetivos.
El biogás tiene potencial para proveer 36 por ciento de la electricidad consumida en Brasil o sustituir 70 por ciento del diesel si se purifica como biometano, estima la Asociación Brasileña de Biogás y Biometano (Abiogás).
A los 80 años, Yohei Sasakawa sigue viajando por todo el mundo para impulsar soluciones a algunas llagas de la humanidad, como el mal de Hansen o lepra, guerras y discapacidades, factores de estigmas y exclusiones.
El 27 de junio Faustino Pinto estaba en Ginebra, en Suiza, y habló a gente de Naciones Unidas sobre la lucha contra el mal de Hansen y su estigma, en un encuentro enmarcado en la 41 sesión del Consejo de Derechos Humanos.
Como la electricidad les ha sido negada por el Estado guatemalteco desde siempre, a las comunidades indígenas encaramadas en las montañas del noroeste del país, no les quedó otra que generar ellas mismas su energía.
“Hay más de 50 países con leyes discriminatorias en contra de las personas afectadas por el mal de Hansen, hay mucha discriminación también en la administración del Estado y en la sociedad”, aseguró a IPS durante una entrevista Alice Cruz, relatora especial de las Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra las personas afectadas por la lepra y sus familiares.
El Morro de Santa Marta llama la atención por sus casas de vivos colores, en contraste con otras favelas, uniformadas por el predominante color rojizo de los ladrillos sin revoque. Pionero en muchas iniciativas, este barrio pobre y hacinado de esta ciudad brasileña de Río de Janeiro vuelve a serlo ahora por el desarrollo de la energía solar.
En la provincia de Salta, en el norte de Argentina, está Los Blancos, un pueblo de 1.100 habitantes en cuyos alrededores viven comunidades rurales, tanto indígenas como criollas, que sobreviven sobre todo de la pequeña actividad agropecuaria.
Las comunidades de la ecorregión brasileña del Semiárido, de 1,03 millones de kilómetros cuadrados, impulsan una convivencia activa con las recurrentes sequías en su agreste territorio, que ha mejorado sus vidas y ha evitado las muertes que los asolaban en el pasado.
Jóvenes y periodistas de varios países latinoamericanos aprendieron, en encuentros paralelos y en diálogos conjuntos, cómo las comunidades del Semiárido han aprendido a convivir con esa agreste ecorregión y sus sequías, que gracias a ello dejaron de causar las mortandades del pasado.
La electricidad era una extravagancia inimaginable hasta hace seis años, en el caserío de Joya de Talchiga, en el oriental departamento de Morazán, El Salvador.