Los estereotipos de género en los medios de comunicación tienen un impacto significativo en cómo se percibe a las mujeres y a las minorías de género. A su vez, tienen una influencia negativa en sus oportunidades de participar plena y eficazmente en la vida pública.
Grupos de derechos humanos demandaron a los militares golpistas de Myanmar que liberen a los periodistas encarcelados arbitrariamente y les permitan trabajar sin ser acosados ni perseguidos.
Un análisis colaborativo de cientos de miles de publicaciones en redes sociales dirigidas a la periodista filipino-estadounidense de renombre internacional Maria Ressa durante los últimos cinco años demuestra lo que activistas y periodistas han advertido durante mucho tiempo:
la violencia en línea contra periodistas, especialmente mujeres, es un problema generalizado con consecuencias palpables fuera del mundo digital.
Que Internet casi haya destruido el modelo de negocio que siempre sostuvo al periodismo no es novedad. Pero lo que sí ha sido noticia en todo el mundo es que el gobierno australiano ha intentado hacer algo al respecto.
Resulta paradójico que en estos tiempos hiperexpresivos se haya situado en el centro del debate público la cuestión de la libertad de expresión.
La extensión de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en la era de la infoesfera de las dos últimas décadas ha propiciado la necesidad de sobreexponer la vida privada, las emociones o las opiniones en unas redes sociales que ya no forman parte de un mundo virtual en el que se elige entrar, porque ya se vive necesariamente
en el mundo real.
El periodismo de datos nunca ha sido más valioso ni más accesible. Con la creciente disponibilidad de datos, herramientas de análisis en constante expansión y abundante capacitación por parte de organizaciones de periodismo y otros, el periodismo de datos, que alguna vez fue el nicho de los reporteros con "mentalidad informática", se ha convertido en un recurso central en todas las salas de redacción.
Imaginemos que una empresa compra la mayor parte del territorio de la costa de un país. Y que decide desde entonces quién puede pasar y quién no para bañarse en el mar. Algo de eso es lo que quiere proponer Facebook sobre el debate público: adueñarse de algo común para seguir capitalizando, bajo sus propias reglas, la atención de las personas alrededor del planeta.
El golpeteo de los teclados a toda velocidad. Las discusiones acaloradas para definir el enfoque de una investigación. Los periodistas agolpándose a mirar la televisión central para ver la primicia que está presentando el noticiero.
Un chiste muy repetido desde hace muchos años en Zimbabue asegura que en el país hay libertad de expresión, pero no libertad después de expresarse.
Pero para los periodistas y activistas que se han visto obligados a soportar noches en las celdas de detención abarrotadas y sucias del país, esto no es motivo de risa, más ahora que los reclusos no tienen equipo de protección personal contra la covid.
El periodismo feminista viene abriéndose paso en América Latina. Suma espacios, irrumpe, cuestiona, y se hace escuchar. De manera sostenida y sin pedir permiso.
La oficina de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh) y oenegés humanitarias expresaron su preocupación por recientes ataques y medidas coercitivas contra organizaciones de la sociedad civil, defensores de derechos humanos y periodistas en Venezuela.
A lo largo de los últimos cuatro años, el presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, ha tenido en Twitter su herramienta principal de comunicación política. A través de esta plataforma tecnológica, difundió mensajes que no eran del todo ciertos, insultó y descalificó a personas, despidió a sus colaboradores o se burló de ellos. Twitter fue un escenario para su suerte de
reality show presidencial.
Twitter y Facebook bloquearon publicaciones de Donald Trump y suspendieron su cuenta. El aún presidente de Estados Unidos es antidemocrático, su trayectoria política no deja dudas. Sin embargo, la preservación de la democracia deben hacerla las instituciones públicas, no las corporaciones. En ese sentido, por más simpática y justa que parezca la censura a Trump en medio de una instigación al golpe de Estado, es un antecedente peligroso.
El caos en el Capitolio de Estados Unidos el miércoles 6 de enero no fue típico. Tampoco su cobertura.
Las imágenes transmitidas en vivo por los canales de noticias y las compartidas en redes sociales fueron impactantes. Una
fotografía mostraba a un hombre con los pies sobre el escritorio de la oficina de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Un
video mostraba a una multitud persiguiendo a un oficial de policía mientras este corría escaleras arriba.
En la década que acaba de concluir fueron asesinados en el mundo 888 periodistas y otros profesionales de la comunicación, en promedio uno cada cuatro días, lamentó en un informe al cierre de 2020 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Un número alarmantemente alto de mujeres periodistas son ahora blanco de ataques en línea asociados con campañas de desinformación digital orquestadas. El impacto de estos ataques incluye la autocensura, la elección de alejarse de la visibilidad, un mayor riesgo de lesiones físicas y un costo grave para la salud mental. ¿Los principales perpetradores? Troles anónimos y actores políticos.