La política en Brasil volvió a su cauce tradicional en las elecciones municipales de noviembre, al descartar los candidatos antisistema que ganaron fuerza en comicios anteriores, pero exacerbó una fragmentación que agrava las dificultades de gobernanza.
Brasil y su gobierno se distraen con las elecciones municipales del 15 de noviembre y las peleas sobre la vacuna anticovid-19, sin prepararse para la tempestad social contenida en los dilemas económicos del país.
Nadie murió de hambre en la peor sequía en la ecorregión del Semiárido de Brasil, vivida entre 2011 y 2018, contrastando con el pasado en que la escasez de lluvias provocaba muertes, saqueos de comercios, huidas masivas hacia el Sur y cruentos conflictos.
La tentación del populismo económico enfrenta límites en Brasil. El deseo gubernamental de crear un programa de transferencia de renta más amplio que el existente, con fines electorales, violaría reglas fiscales y hundiría el apoyo empresarial.
La inseguridad alimentaria en Brasil, que ya había aumentado 62,4 por ciento de 2013 a 2018 según las estadísticas oficiales, debe agravarse en los próximos meses al sumar efectos de la covid-19 a los desconciertos de la política agrícola.
Un vuelco hasta hace poco inimaginable parece estar en gestación en el gobierno de Brasil, con la adhesión a programas sociales antes criticados por el presidente Jair Bolsonaro, ahora proclive al populismo de viejo estilo.
En sus 76 años de vida, Raimundo Pinheiro de Melo soportó numersos estiajes prolongados por culpa de las sequías en la región del Nordeste de Brasil. Los recuerda todos desde el de 1958.
La sequía que castiga la región semiárida del Nordeste de Brasil desde 2012 es ya más severa que la registrada entre 1979 y 1983, la más prolongada del siglo XX. Pero ahora no ocasiona las tragedias del pasado.
Siempre enfundado en trajes oscuros, comedido y formal en su monótona oratoria, el nuevo presidente Michel Temer, por ahora interino, refleja bien la baja representatividad actual del sistema político en Brasil.
En política, lo que vale es la versión, no el hecho, dijo el fallecido político Gustavo Capanema, ministro de Educación durante un período dictatorial de Brasil, hace más de siete décadas.
Los movimientos sociales, activados por la batalla en torno a la inhabilitación de la presidenta Dilma Rousseff, alimentan las esperanzas de la reconstitución del sistema político de Brasil, convertido en tierra arrasada por los escándalos de corrupción.
“Si fuera hoy me quedaría allá, no vendría a buscar trabajo acá”, aseguró Josefa Gomes, quien hace 30 años migró de Serra Redonda, pequeña localidad del Nordeste brasileño, a esta ciudad de Rio de Janeiro, a 2.400 kilómetros de distancia.
Elegirse con los votos concentrados de las áreas metropolitanas e industrializadas para luego afianzar el poder con el apoyo disperso del interior pobre es el itinerario de las fuerzas políticas en Brasil, en ciclos que podrían renovarse en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el 26 de este mes.
América Latina y el Caribe, la región más desigual del planeta, alcanzó los mayores avances del mundo en la seguridad alimentaria y se convirtió en la región con el mayor número de países que lograron la erradicación del hambre, el primer Objetivo de Desarrollo del Milenio.
Cada día, Celina Maria de Souza se despierta antes de clarear y tras dejar a cuatro de sus hijos en la escuela cercana, baja los 180 escalones que separan su empinada vivienda de la parte plana de esta ciudad brasileña, para ir a trabajar como asistenta de hogar y volver a subirlos horas después.