¿Juicio político o no? Donald Trump está ya fuera de la Casa Blanca. Tiene un índice de aprobación de 34 %, muy por debajo de 60 % de su predecesor Barack Obama. Una mayoría, 54 %, dijo que Trump debería ser destituido de su cargo antes del 20 de enero, según una encuesta de CNN, por su papel en los incidentes del 6 de enero, cuando incitó a sus partidarios a asaltar el Capitolio de Estados Unidos.
Pues ya está. La jura del cargo de presidente y vicepresidenta, la revisión de las tropas, la solemne visita al Cementerio Nacional de Arlington y la llegada a la Casa Blanca para firmar las primeras órdenes ejecutivas abren la presidencia Joe Biden & Kamala Harris para 2020-2024. Esto, y la conversión de la cuenta de Twitter @POTUS en la propia de Biden, sin rastro ya de su antecesor. El acto político también es un show, propio de la
superbowl de la comunicación política.
Lo que para Donald Trump era un insulto, para Joe Biden es un reconomiento: el nuevo presidente de Estados Unidos es el
estáblisment en estado puro. No se recuerda otro caso similar de haber llegado a la presidencia con mejor preparación. Se ha pasado casi medio siglo “dentro del beltway”. Se trata del sector ocupado por el Distrito de Columbia, que reclama ser reconocido como estado, rodeado por una enorme autopista. Biden sería perfectamente aceptado como guardia de tráfico, sin pasar por el examen.
A lo largo de los últimos cuatro años, el presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, ha tenido en Twitter su herramienta principal de comunicación política. A través de esta plataforma tecnológica, difundió mensajes que no eran del todo ciertos, insultó y descalificó a personas, despidió a sus colaboradores o se burló de ellos. Twitter fue un escenario para su suerte de
reality show presidencial.
Twitter y Facebook bloquearon publicaciones de Donald Trump y suspendieron su cuenta. El aún presidente de Estados Unidos es antidemocrático, su trayectoria política no deja dudas. Sin embargo, la preservación de la democracia deben hacerla las instituciones públicas, no las corporaciones. En ese sentido, por más simpática y justa que parezca la censura a Trump en medio de una instigación al golpe de Estado, es un antecedente peligroso.
El desconcierto general producido por la toma del Capitolio en Washington el día 6 nos ofrece numerosos elementos de análisis. Desde un punto de vista estrictamente político, Donald Trump representa un modelo de liderazgo nacional populista que se nutre de las frustraciones de amplios segmentos de la población.
Mientras que el coronavirus ha concentrado, con toda razón, gran parte de nuestra atención, un reajuste geopolítico fundamental ha estado cobrando forma en el mundo y se hará más claro en este 2021. El reajuste es el comienzo de una segunda Guerra Fría, que esperamos no se convierta en una guerra «caliente».
La nueva Guerra Fría se producirá entre China y Occidente, pero debe ser muy diferente a la que tuvo lugar con la Unión Soviética. El mundo ha cambiado significativamente desde 1989, el año de la caída del Muro de Berlín.
El asalto al Capitolio de Washington por una turba rebelde recordó a muchos una insurrección en una “república bananera '', como la descrita de manera hilarante en la comedia de Woody Allen de 1971, Bananas, que simula una revuelta en un país latinoamericano ficticio.
Seguidores de Donald Trump, azuzados por el propio presidente, asaltaron este 6 de enero el edificio del Capitolio e
interrumpieron el trámite legislativo de certificación de la victoria electoral de Joe Biden.
Miles de personas que enarbolaban pancartas pro Trump se abrieron paso a través de las barricadas y rompieron ventanas para entrar en el edificio donde se reunían los congresistas. Cuatro personas han muerto, y varios policías han tenido que ser hospitalizados. La sesión del Congreso se reanudó y cumplió con su misión, pero a puerta cerrada.
En el período previo a las elecciones presidenciales estadounidenses, el riesgo de violencia postelectoral era
alto. Las predicciones se hicieron realidad este miércoles cuando miles de manifestantes pro Donald Trump irrumpieron en el Capitolio de Estados Unidos, en un acto sin precedentes, cuando el Congreso estaba a punto de ratificar la victoria del presidente electo Joe Biden.
Las Naciones Unidas, que acaban de celebrar su 75 aniversario, siguen estancadas en una de las regiones más volátiles política y militarmente del mundo: Oriente Medio. Prácticamente cada dos semanas, el Consejo de Seguridad tiene en su agenda como tema tan predecible como recurrente el de las consultas sobre esa región, una historia sin fin aparente.
Cuando ya se ha rebasado el final del “año en que vivíamos peligrosamente”, conviene hacer balance y preguntarnos acerca de las perspectivas de la “nueva era”, una vez se ha confirmado constitucionalmente la derrota de Donald Trump.
Domina el nuevo ambiente una incomodidad que está presidida por una pesada losa de incertidumbre. Este sentimiento está causado por la enormidad del daño causado por la presidencia de Trump. La única duda que rellena el ambiente es acerca de la permanencia del desastre causado por el cuatrienio que ahora termina.
Cuba despide un año signado por los efectos de la pandemia de covid, la profundización de la crisis económica y el empeoramiento de relaciones con Estados Unidos, mientras se alista para un desafiante reacomodo de su tejido socioeconómico desde el primer día de 2021.
Fue en el
día internacional de los derechos humanos, cuando el saliente presidente estadounidense Donald Trump sacudió el panorama internacional con el anuncio del
reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara Occidental, en clara violación del derecho de autodeterminación saharaui.
Finalmente ya hay fecha de arranque para el ordenamiento monetario en Cuba, con sus múltiples y complejos impactos en las empresas estatales, el sector privado y la ciudadanía, al desencadenar un conjunto de procesos que deben reimpulsar el plan de reformas económicas aprobado hace casi una década.
Las tensiones políticas entre Cuba y Estados Unidos se han exacerbado en las últimas semanas, previo a la asunción de la nueva administración demócrata y la salida del presidente republicano Donald Trump con cuyo mandato los vínculos bilaterales sufrieron un franco deterioro.
Las perspectivas han cambiado para la Organización Mundial del Comercio (OMC) aunque su futuro siga dependiendo de los humores de Estados Unidos. Los amagos de disolución proferidos por el ahora saliente presidente de esa nación, Donald Trump, se disipan, pero todavía son imprecisas las intenciones del sucesor, el mandatario electo Joe Biden.