Tras siglos de acumulación de pobreza, marginación en las políticas nacionales de desarrollo y también de buenas experiencias locales, las regiones semiáridas de América Latina se aprestan a dibujar sus propios caminos agrícolas compartiendo conocimientos, en una nueva e inédita iniciativa.
“Estamos operando a pérdidas, apenas sobreviviendo”, lamentó Tone Feliciano da Silva, preocupado por la suerte de 115 familias campesinas de la asociación que dirige en Bom Jardim, en la región del Nordeste de Brasil.
Decenas de camiones salían cada día de São Gonçalo, llevando su producción agrícola, principalmente cocos, a los mercados de todo Brasil, incluso a las ciudades de Río de Janeiro y São Paulo, distantes más de 2.000 kilómetros.
Jóvenes y periodistas sudamericanos tuvieron oportunidad de conocer sobre el terreno las experiencias de los habitantes de las comunidades de la ecorregión del Semiárido, para su convivencia activa con la sequía que cíclicamente afecta a la región del Nordeste de Brasil, la última de casi siete años y concluida en 2017.
Jóvenes peruanos proyectan aprovechar los saberes adquiridos en el Semiárido brasileño para llevar agua a poblaciones que carecen del recurso, tras intercambiar experiencias en aquella ecorregión sobre los múltiples usos de las energías renovables en comunidades afectadas por fenómenos climáticos.
“Queremos hacer historia”, coincidieron los profesores de la Escuela Ciudadana Integral Técnica Chiquinho Cartaxo. Son los primeros a enseñar a adolescentes la domesticación energética de las intemperies de la región del Nordeste de Brasil.
Sousa, un municipio de 70.000 habitantes en Paraíba, el estado más amenazado de desertificación en Brasil, se convirtió en una capital de la energía solar, con una iglesia católica, variadas empresas, viviendas e incluso un cementerio como generadores.
“El sol que nos castigaba ahora nos bendice”, glorificó una de las 19 campesinas que operan la Panadería Comunitaria de Varzea Comprida dos Oliveiras, un asentamiento de la zona rural de Pombal, un municipio del estado de Paraiba, en el interior semiárido del Nordeste de Brasil.
“Ahora vivimos bien”, repite la pareja de Givaldo y Nina dos Santos, después de mostrar a otros agricultores visitantes su finca de solo 1,25 hectáreas en una zona semiárida del nordeste de Brasil, pero con gran variedad de árboles frutales, gracias a innovadoras soluciones hídricas y productivas.
La ganadería vacuna está gravemente afectada por las sequías en la región brasileña del Nordeste, pero sobrevive y se revitaliza en la cuenca del río Jacuípe gracias a un aprovechamiento óptimo del agua.
El uso de las aguas del embalse Santa Cruz intensificó en el municipio de Apodi la disputa por tierras irrigables, que se ha ido diseminado por muchas partes del Nordeste de Brasil y que contrapone dos visiones del desarrollo y dos modos de vida.
La sequía que castiga la región semiárida del Nordeste de Brasil desde 2012 es ya más severa que la registrada entre 1979 y 1983, la más prolongada del siglo XX. Pero ahora no ocasiona las tragedias del pasado.
“El huerto cambió mi vida”, resumió Rita Alexandre da Silva, en el Asentamiento Primeiro do Maio, en que 65 familias consiguieron tierras para sembrar desde 1999, en este municipio del estado de Rio Grande do Norte, en la región del Nordeste de Brasil.
El momento es adverso, de avance de grupos conservadores y religiosos especialmente en el parlamento, pero la epidemia del virus de zika acompañada de un brote de microcefalia renueva la discusión sobre aborto en Brasil.
Con una operación de guerra y el despliegue de 220.000 militares, Brasil responde a la conmoción nacional por el nacimiento de miles de niños con el cráneo reducido, pero el mosquito Aedes aegypti impone batallas en muchos frentes, incluyendo el científico y farmacéutico.
En algún momento pueden quedar sin agua seis millones de personas en la metrópoli brasileña de São Paulo. Las lluvias de febrero no alejaron el riesgo y pueden agravarlo al postergar un racionamiento demandado desde hace seis meses por hidrólogos.
“Si fuera hoy me quedaría allá, no vendría a buscar trabajo acá”, aseguró Josefa Gomes, quien hace 30 años migró de Serra Redonda, pequeña localidad del Nordeste brasileño, a esta ciudad de Rio de Janeiro, a 2.400 kilómetros de distancia.