Lo primero es salvar vidas, exigió la pandemia covid-19, en un esfuerzo con que se evitó, además, que las pérdidas económicas fuesen aún más demoledoras si no se hubieran impuesto duros aislamientos. Pero esa prioridad puede invertirse tras la crisis y desecharse lecciones que abrirían caminos para modelar mejores ciudades.
Las ciudades africanas pueden sufrir una fuerte disminución de su productividad, empleo e ingresos si progresa la pandemia covid-19, advirtió este martes 14 la Comisión Económica para África (CEPA) de las Naciones Unidas.
“Acá estamos los excluidos del sistema”, dice Rafael Rivero, sentado en el comedor de su departamento, en un nuevo complejo de viviendas sociales, al lado de uno de los asentamientos precarios más grandes de Buenos Aires. El contraste resume la complejidad de la realidad social en la capital argentina.
En América Latina, catalogada como la región más desigual del planeta y donde en torno a 80 por ciento de su población vive en ciudades, los gobiernos locales buscan romper los muros de desigualdad en los que quedaron aislados sus asentamientos precarios con políticas de inclusión.
Cerca de 80 por ciento de los latinoamericanos ya viven en zonas urbanas, convertidas en un motor de crecimiento pero también de desigualdad, que en el caso de los servicios públicos se potencia con su privatización y el sacrificio de poblaciones periféricas, en un modelo no sostenible que se busca modificar.
El creciente proceso de urbanización mundial – se prevé que dos de cada tres personas vivirán en pueblos y ciudades en 2030 – recuerda a la vieja "ecuación" que indica que cada vez que un pequeño agricultor migra a una zona urbana se genera un productor de alimentos menos y un consumidor más.
Cuando la Organización de las Naciones Unidas ONU) redactó su último informe sobre lo que llama "el dramático cambio hacia la vida urbana”, pretendió trazar un retrato equilibrado de las oportunidades y los retos que genera el hecho de que 50 por ciento de la población del planeta viva en zonas urbanas.
Ahora que el viento no se lleva más el techo y la vivienda es suya, la argentina Cristina López se siente a resguardo en el asentamiento informal donde vive. Pero para pisar firme el suelo que ocupa, ella y sus vecinos tendrán que conquistar muchos otros derechos.
Para los habitantes de Bajo Autopista, un barrio precario construido debajo de una vía rápida de la capital de Argentina, “los de afuera” son los que viven donde hay lo que a los de “adentro” les niegan. Una definición geográfica de la exclusión social, pero también una metáfora sobre la desigualdad urbana.
A medida que la conferencia sobre el clima avanza hacia su fin en París, con el desafío colosal de que 195 países acuerden una política universal contra el cambio climático, las áreas urbanas surgen como una solución diferente pero complementaria al problema en todo el mundo.
En Villa Inflamable, un asentamiento precario al sur de la capital argentina, los niños están envenenados con plomo. Reubicarlos a ellos y sus familias exige un proceso socioambiental tan complejo como el de las obras de saneamiento de la zona, en una de las cuencas más contaminadas del mundo.
La gente que vive en las ciudades supera en número a la población del medio rural, y la tendencia no parece estar retrocediendo, según ONU-Habitat.
La capital mexicana puede ser fuente de buenas y malas prácticas de urbanismo a la hora de planificar las ciudades del futuro en distintas partes del mundo, según especialistas en diseño y desarrollo de espacios públicos, autopistas y puentes elevados.
Más de tres décadas después de la independencia de Zimbabwe, el desarrollo del ámbito rural sigue siendo una cuenta pendiente. Los llamados “puntos de crecimiento”, creados en los años 80 para fomentar la urbanización, se convirtieron en simples centros donde funcionan tabernas.